"En misa me enterneció una joven que se arrodilló, miraba a Jesús con tanto amor y ternura... llevaba un pequeño corporal sobre la palma de su mano"
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| Pascal Deloche / Godong |
«Yo soy el pan vivo, bajado del
cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre”
Juan 6
En la misa dominical me gusta
sentarme cerca del oratorio donde tienen el sagrario.
“Si las personas superan quién
está allí”, me digo, “tendrían que colocar custodios en la puerta para que
no abarroten el pequeño lugar cientos de miles de creyentes, deseosos de estar
con Jesús”.
Pero suele pasar vacío. Y Jesús queda abandonado
en ese sagrario. Y es porque no sabemos quién habita el sagrario, un prisionero
de amor que dio su vida por nosotros.
Consuelo, amor… y también inspiración
En sus apariciones a santa Margarita de Alacoque, Jesús le reveló que
lo que más le hace sufrir de nuestras actitudes es “la indiferencia a su
amor”.
Me siento cerca del oratorio para
consolar su Sacratísimo Corazón y decirle que le quiero.
“Te quiero Jesús. Gracias por ser
mi amigo”, le digo, desde mi banca en aquella iglesia. Y a veces siento como si
respondiera: “Te quiero Claudio. Gracias por ser mi amigo”.
No recuerdo si te lo había
contado antes, pero estos artículos y mis libros de crecimiento
espiritual, suelo escribirlos en mis visitas a Jesús en el Sagrario y
durante las Eucaristías.
Es en esos momentos cuando me
llueven ciento de ideas, tantas que no soy capaz de retenerlas todas y anoto
las que puedo.
¿Cómo comulgamos?
Hoy durante la misa me volvió a
ocurrir, pero fue diferente. Sentí como si Jesús me dijera desde el
sagrario: “Observa, Claudio”.
Vi a las personas comulgando
apresuradamente. Se quitan el barbijo y se llevan la hostia a los labios,
se colocan el cubre bocas y caminan hacia sus puestos. No comprendía qué debía
observar. Y vi de nuevo. Y comprendí.
Era una comunión apresurada. Casi
nadie revisaba la palma de su mano en busca de partículas de hostia consagrada.
Cada una es Jesús. Y se marchaban a sus puestos.
¿Tenemos conciencia de que recibimos al Hijo de Dios?
Me enterneció una joven que se
arrodilló. Miraba a Jesús con tanto amor y ternura… Llevaba un pequeño
corporal sobre la palma de su mano.
Nunca tocó a nuestro Salvador con
sus manos. Tomó la hostia directamente con su lengua en el corporal. Se
devolvió a su banca lentamente con una profunda devoción.
Hermano sacerdote:
Gracias por ser sacerdote, por
amar tanto a Jesús y dedicarle tu vida.
Te pido humildemente: háblanos
otra vez sobre la forma devota en que debemos recibir a nuestra Señor en la
sagrada Comunión.
No te canses de hacerlo.
Enséñanos a tratar con cariño y respeto a Jesús. Así seremos
dignos de convertirnos en Sagrarios vivos.
Mira a tu alrededor. Necesitamos
una catequesis sobre la “presencia real de Jesús” y el respeto al momento de
recibirlo, el cuidado de revisar las palmas de nuestras manos en busca de
alguna partícula, la necesidad de permanecer en devota oración luego de
comulgar.
“Cuando la sagrada Especie se
deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongansumo
cuidado y atención a las partículas que pueden desprendersede la sagrada forma.
La modalidad de la sagrada
Comunión en las manos de los fieles debe ir acompañada necesariamente dela
oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia
real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticasy del debido
respeto al sacramento”.
Instrucción Immensæ caritatis, de la Congregación para el Culto Divino
Amable lector de Aleteia, en
la Sagrada Comunión nos espera Jesús. Ámalo mucho, trátalo con respeto y amor.
Haz que se sienta amado.
Te quiero Jesús, no me
cansaré de decírtelo.
Claudio de Castro
Fuente: Aleteia






