Tras despedirse y dar las gracias al personal de la nunciatura, el Papa se ha dirigido a su última cita antes de abandonar Malta, el John XXIII Peace Lab.
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A la entrada del centro lo
esperaba su fundador, el padre Dionisio Mintoff, de 91 años, que ha acompañado
a Francisco hasta el teatro al aire libre donde se ha reunido con unas 200
personas, refugiados acogidos en este lugar y voluntarios.
El padre Dionisio ha explicado al
Santo Padre que en el Peace Lab lo que les motiva es, simple y
llanamente, el hecho de que, «estas personas independientemente de su fe
religiosa son hijos de Dios». «Como cristianos estamos llamados a ofrecerles,
de forma concreta, una acogida y la posibilidad de una vida», ha concluido este
franciscano quien fundó hace 50 años esta realidad que, desde entonces, ha sido
un abrazo para muchas almas.
Francisco también ha escuchado
atentamente los testimonios de dos supervivientes de estas travesías de la
esperanza por el Mediterráneo, como él mismo las ha definido en varias
ocasiones. Daniel ha narrado que hace 5 años salió de Nigeria. Pasó por el
infierno libio, «rodeado de violencia», intentó tres veces llegar a Europa por
mar y estuvo «al borde de la locura» hasta el punto de preferir haber muerto.
El Papa, pese a sus dificultades para caminar y levantarse, quiso ponerse en
pie para abrazar a Daniel.
A
continuación, Siriman ha contado al Santo Padre cuán invisible y despojado de
cualquier derecho humano se ha sentido. Ha concluido su relato dando las
gracias al Papa en español y asegurándole: «Ninguno de mis hermanos y hermanas
hubiéramos pensado jamás que estaríamos aquí contando estas cosas al Papa.
Estamos muy agradecidos. Su amor es una luz para nosotros». Entre muchos de los
refugiados subsaharianos, también había ucranianos que ondeaban su bandera
mientras el Papa hablaba de la guerra «injusta y salvaje» que se ha desatado
contra su pueblo.
Desde Lampedusa, siempre en el
corazón
Francisco ha confesado en este
encuentro que desde que visitó Lampedusa
en 2013 nunca se ha olvidado de quienes arriesgan su vida en el
Mediterráneo por llegar a Europa: «Os llevo siempre en el corazón y estáis
siempre presentes en mis oraciones». Y ha advertido de que cada naufragio
aproxima a la Humanidad al «naufragio de la civilización» que amenaza con
hundirla. Para evitarlo, ha apelado a comportarnos con humanidad, «mirando a
las personas no como números, sino como lo que son, es decir, rostros e
historias, sencillamente hombres y mujeres, hermanos y hermanas. Y pensando que
en el lugar de esa persona que veo en una embarcación o en el mar, a través de
la televisión o de una foto, podría estar yo, o mi hijo, o mi hija. Quizá en
este momento, mientras estamos aquí, algunas barcas estén atravesando el mar
desde el sur hacia el norte. Recemos por estos hermanos y hermanas que
arriesgan la vida en el mar, en busca de esperanza».
También ha confesado que su
pensamiento está con todos los que huyen, bien sean los ucranianos ahora o el
pueblo rohinyá. Todos ellos han vivido la experiencia «del desgarro que deja
huella», una herida, ha dicho el Pontífice, que necesita tiempo para sanar y,
sobre todo, «experiencias ricas de humanidad: encontrar personas acogedoras,
que saben escuchar, comprender, acompañar; y también estar junto con otros
compañeros de viaje para compartir, para llevar juntos el peso». El Papa ha
puesto de relieve la labor de los centros de acogida, que no siempre son
bienvenidos en las comunidades donde se ubican. «La realidad de las migraciones
es un signo de los tiempos donde está en juego la civilización», ha repetido
Francisco quien ha dado las gracias al John XXIII Peace Lab por
afrontar ese reto.
No sois números
Antes de concluir su discurso,
Francisco ha querido compartir «un sueño», «que vosotros, migrantes, después de
haber experimentado una acogida rica de humanidad y fraternidad, podáis llegar
a ser en primera persona testigos y animadores de acogida y de fraternidad».
«Considero muy importante que en el mundo de hoy los migrantes se conviertan en
testigos de los valores humanos esenciales para una vida digna y fraterna. Son
valores que lleváis dentro, que pertenecen a vuestras raíces. Una vez que la
herida del desgarro, del desarraigo, haya cicatrizado, podéis hacer emerger
esta riqueza que llevan dentro, un patrimonio de humanidad muy valioso, y
ponerla a disposición de la comunidad en la que han sido acogidos y en los
ambientes donde se integran», ha indicado Francisco quien también ha lamentado
que los derechos de los migrantes sean pisoteados. Derechos vulnerados
«lamentablemente con la complicidad de las autoridades competentes», ha dicho
dos veces, alto y claro. Y ha repetido: «vosotros no sois números, sino
personas de carne y hueso, rostros, sueños a veces rotos». Por eso, ha
instado a un nuevo comienzo, a empezar «desde las personas y su dignidad» y ha
exhortado a no caer en trampa de que ya no hay remedio ante las injusticias y
el sufrimiento de quien es desprovisto de su dignidad.
Al concluir su discurso,
acompañado por una familia ha encendido una vela delante de un icono de la
Virgen María. «En la tradición cristiana, esa pequeña llama es símbolo de la fe
en Dios. Y es también símbolo de la esperanza que María, nuestra Madre,
sostiene en los momentos más difíciles. Es la esperanza que he visto hoy en
vuestros ojos, que ha dado sentido a vuestro viaje y os hace seguir adelante»,
ha explicado previamente.
Se la ha hecho difícil a
Francisco abandonar este John Paul XXIII Peace Lab por la de personas
que han querido saludarlo de camino a su coche. De hecho, se ha detenido para
escuchar a un joven que también le ha hablado de su terrible travesía. Ya
dentro de su característico Fiat 500 blanco, ha querido parar frente a un
nutrido grupo de ucranianos acompañados por las banderas de su país. Les ha
saludado con la ventanilla bajada y ha bendecido desde el vehículo a alguno de
los niños. Tras una breve ceremonia oficial de despedida en el aeropuerto, el
avión de Air Malta que conduce al Papa a Roma ha despegado puntual a las siete
y cuarto de la tarde.
Ángeles Conde
Fuente: Alfa y Omega