Puedo arrepentirme por no haber estado atento, por haber sido impulsivo o hiriente. Puede que haya segundas oportunidades o puede que no...
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El
otro día leía que hay tres cosas en la vida que se van y no regresan nunca. El
tiempo, las palabras y las oportunidades. Y pensé que era muy cierto.
Puede ser un tópico pero el tiempo que no aprovecho se escapa y no
regresa. Los días que he perdido no los recupero.
Las horas en las que no amo, no me
entrego, no busco a Dios, no hago el bien a los hombres, son horas perdidas, que pasan
sin pena ni gloria por mi vida.
Por eso me importa tanto vivir bien el presente. Cada momento
es un regalo de Dios.
El tiempo de la pandemia
Me
decían algunos que la pandemia fue un tiempo
perdido. No es cierto. Dependía de cada uno.
En ese tiempo aprendí cosas que
había olvidado. El valor del compartir. La alegría de
estar en casa con los míos.
La no necesidad de hacer cosas útiles. La posibilidad de
aprovechar las reuniones no presenciales.
El valor de la salud y el miedo a perderla. La fragilidad del
hombre que no logra detener una pandemia y no es el amo de este mundo.
Miro el tiempo pasado en pandemia y veo que no fue un
tiempo perdido. Todo depende de la actitud con
la que haya vivido esos días, esos meses, esos años.
El tiempo se me escapa de los dedos y quiero vivir
intensamente. No deseo que se me olvide entregar la vida.
Merece la pena amar hoy, entregar mi vida hoy.
Palabras que sirvan
El
tiempo se va y lo pierdo. Las palabras también se van y tampoco
regresan. No puedo callarlas cuando se han hecho voz o grito. No desaparecen en
el olvido porque dejan huella.
Hieren o consuelan. Dan paz o siembran
guerras. Son bálsamo o son afrenta. Unen o separan. Son lazos que
llevan al cielo o son espadas que cortan los vínculos.
Quiero medir mis palabras para no hacer daño. Las palabras nacen
del alma y se las lleva el viento. Pero la memoria las retiene,
porque son importantes.
Por eso no quiero hablar de más ni decir lo que no
siento. Quiero hablar sólo cuando haga falta o cuando
tenga algo importante que decir.
No quiero callarme por miedo a lo que
piensen los demás. No quiero hablar de más desvelando secretos o decir cosas de
las que luego me arrepienta.
Mis palabras construyen o destruyen. Hacen que crezca el amor o el
odio. Son sinceras o
están llenas de mentiras.
¡Qué fácil es no decir la
verdad! Mi forma de hablar, mi respeto al decir lo que siento o pienso,
mis palabras que muestran cómo es mi alma.
Las palabras que digo se las lleva el viento o quedan enterradas
en la tierra y dan fruto.
Me gustan las palabras que hablan de cómo soy, reflejan cómo es mi
alma y desvelan cómo son mis sueños.
Me gusta jugar con las palabras. Sin herir, ni hacer daño. Que mis
palabras sean caricias y creen puentes que sostengan las
almas unidas.
Quiero que mis palabras creen una realidad mejor de la que ahora
veo.
Jesús hizo todas las cosas nuevas. Con
sus palabras que eran palabras de vida eterna, y con sus gestos de amor: «Todo lo hago
nuevo». Sus palabras cambiaron los corazones.
Hay palabras que no cambian nada ni a nadie. Y hay otras palabras
que construyen un mundo mejor.
Tantas oportunidades
Y por
último las oportunidades llegan
y puedo dejarlas ir. Si no las aprovecho, no regresan.
La vida está llena de oportunidades que se me presentan. Puedo
aprovecharlas, luchar por el éxito que deseo, alcanzar la gloria que no quiero
dejar escapar. Puedo hacerlo.
Los fracasos son también oportunidadespara
crecer, para entregar la vida. Puedo aprovechar las
oportunidades que la vida me presenta.
Un cambio de trabajo. Una invitación que no puedo declinar. Un
sueño que se puede hacer realidad si digo que sí a la vida. Si arriesgo mis
pasos. Si no dudo, si venzo el miedo, si soy audaz superando mis cadenas.
En esos momentos hago que las oportunidades que tengo den fruto.
Todo depende de mi actitud al enfrentar el futuro con sus miles de
interrogantes.
Una oportunidad es un sueño que puede hacerse realidad. Depende de
mí, de mi mirada, de mi forma de enfrentar la vida.
Actitud atenta
Sé
por todo ello que el tiempo, las palabras y las oportunidades son tres cosas
que puedo
perder si no las enfrento con la actitud adecuada. Se van y no
regresan. Luego queda la culpa, o la herida, o el dolor.
Puedo arrepentirme por no haber estado atento, por haber sido
impulsivo o hiriente. Puede que haya segundas oportunidades.
Pero puede suceder que nunca vuelvan. Ya no
podré cambiar las palabras dichas o dejar que se repita esa misma oportunidad.
Se van y no vuelven.
Tengo que vivir con el corazón despierto, con la
mirada atenta.
Jesús hace todas las cosas nuevas. Él vino a
cambiar el orden de mis prioridades. Vino a decirme que mi vida puede ser mucho
mejor y mis sueños se pueden hacer realidad. Para que supiera que nada de lo
que tengo en esta vida es eterno, que todo es pasajero.
Vino para enseñarme a aprovechar los momentos y
no dejar que haya tiempo perdido en mis días. Vino para decirme que sólo el
amor verdadero es capaz de cambiar la realidad.
El amor egoísta, autorreferente, ensimismado, no construye, no
edifica un mundo nuevo. Miro mi corazón y sé que puedo hacer las cosas mejor.
Me arrepiento cuando fallo y vuelvo a comenzar. Las oportunidades
perdidas no vuelven. Pero vendrán nuevos días en los que podré
volver a elegir y optar por el bien. Está en mis manos, no temo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia