Puedo elegir el fracaso como estilo de vida, echar la culpa a los otros y vivir con miedo... o puedo confiar. Una interesante reflexión de Carlos Padilla
![]() |
| Mary Long I Shutterstock |
Hace
mal tiempo, llueve. Tengo frío. Me encuentro mal. No he podido dormir nada.
Estoy cansado de tanto esfuerzo. Demasiado viento. Mucho calor, no lo aguanto.
Mucha gente y muy exigente. Me piden más de lo que puedo dar. Se me acaban las
fuerzas. Las fechas que tengo no me sirven. Me falta tiempo para lograr todo lo
que se me presenta como un desafío.
Son
frases que se deslizan en el alma y hacen que el corazón se enfríe, se queme,
se apague.
Son frases que me sirven de excusa, de justificación,
de defensa frente a un posible fracaso o abandono.
Puedo
justificarme, explicar las razones de mi abandono. No fui capaz, no me sentía
con el coraje suficiente.
Es como si siempre algo fuera de mí bastara para no conseguir las
metas marcadas, ni hacer realidad los sueños que habían
brotado dentro del alma. El otro día leía:
«El dalai lama lo expresó muy bien en
la siguiente frase: Quien no considera la adversidad como algo natural, acaba
buscando culpables».
Toni Nadal Homar, Todo se puede entrenar
(Alienta)
Actitud
La adversidad forma parte de la vida. Los
imprevistos, los contratiempos, las circunstancias adversas, hostiles.
Está claro no siempre hará el tiempo que deseo. No siempre los
demás me harán fácil la vida y permitirán mi victoria. No siempre tendré
fuerzas para lograr lo que quiero.
Puedo entonces empezar a buscar culpables fuera
de mí. Esa actitud es el deporte más antiguo de los hombres. Desde siempre lo
ha hecho y hoy lo sigue haciendo.
Yo mismo me justifico y encuentro fácilmente culpables cuando las
cosas no marchan bien. Seguro que encuentro a alguien que cargue con la
responsabilidad que yo no quiero asumir.
La historia de cada persona marca
Los demás no siempre me van a tratar como yo me lo merezco. Y
además, ¿por qué me merezco ser tratado de una cierta manera?
Los demás, igual que yo, se comportan respondiendo a su herida.
Actúan movidos por su carencia. Responden desde sus experiencias pasadas.
Siento que tengo en el alma una historia grabada. Y al leer los
pasos nuevos hay un eco que me lleva sin quererlo a escenas de un pasado remoto,
casi olvidado.
No recuerdo todo, pero sí los sentimientos brotan como la primera
vez. Es curioso el corazón humano que no olvida fácilmente.
Hay un lugar en el alma en el que las vivencias
dolorosas, negativas, han quedado grabadas para
siempre de forma indeleble.
Seguir luchando
Sé que lo sufrido es parte de mi equipaje y no puedo renunciar a
lo que he vivido. Tampoco lo deseo porque la vida me ha hecho quien soy ahora.
¿Cómo sería yo si no tuviera la forma de las heridas que llevo
marcadas en la piel del alma?
Quiero estar orgulloso del que hoy habla, mira, escucha, ama en
este mundo. En el momento que hoy me toca vivir.
Ya no puedo desandar el camino andado como para cambiar decisiones
que me hicieron daño. No lo quiero, no me hace falta.
Sólo necesito cambiar mi forma de
entender la vida, mis pasos. No estoy condenado a fracasar.
No es imposible hacer las cosas mejor cada día.
Depende de mi mirada, de mi corazón. Por eso decido no
desesperarme ni dejar de actuar, de luchar como hasta
ahora. Me gusta la frase de Martin Luther King:
«Si supiera
que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un manzano».
Toni Nadal Homar, Todo se puede entrenar (Alienta)
Plantaría un manzano, comenzaría una conversación, daría un abrazo,
tomaría una decisión definitiva, daría un paso por acercarme a un desconocido,
pondría la primera piedra de una nueva casa, escribiría la primera página de un
nuevo libro, soñaría un nuevo sueño inalcanzable, surcaría las primeras millas
de un mar nuevo y abierto.
No tendría miedo. No dejaría de hacer lo que pensaba hacer por el
hecho de pensar que el mundo se acabaría mañana.
Al contrario. Amaría con más fuerza, con más energía, con más
ganas. Y no me excusaría en lo inevitable, en las duras circunstancias que me
impiden avanzar.
Siempre habrá dificultades
Siempre habrá algo en mal estado en el camino que piso. Algo que
entorpezca mis pasos y me complique la vida. Siempre alguien no sabrá cómo
tratarme y me hará daño, me difamará, no me entenderá. Puede ser.
Pero no me desanimaré ni le echaré la culpa a los demás de mi
malestar.
Puede que la vida no dé los frutos esperados después de haber
sembrado mil semillas y haberme esforzado por un resultado que nunca llega,
puede ser.
No puedo decidir cuándo sale el sol ni cuándo sube o baja la
marea. No puedo alejar las tormentas, ni sé cómo cambiar los tiempos que vivo.
Sólo puedo adaptarme a la fuerza de las olas y navegar dejando que
los vientos hinchen mis velas a su antojo.
Puedo abandonar con buenas excusas ya cerca de la meta. Puedo elegir
el fracaso como estilo de vida y echarle la culpa a los otros, cuando soy yo el
único responsable.
Dios se ocupa
Puedo vivir con miedo porque nada está
asegurado. O
puedo confiar en
ese Dios que camina a mi lado.
Sé que Dios no va a despejarme nunca los caminos. Sé que no va a
hacerme fácil la pelea, no va a apartar lejos de mí a esas personas molestas,
no va a mostrarme el cielo abierto para que viva sin miedo.
El Dios en el que creo es ese que me ama con locura. Y sé que
simplemente se coloca a la altura de mis ojos, me mira conmovido y camina a mi
ritmo.
No acelera su paso para que lo siga. No va más lento para que lo
espere. Justamente está a mi lado para sostenerme cuando caiga, para animarme
cuando pierda la alegría.
Ese Dios en el que creo es el que me
ama como soy y me cuida, para que no me desespere.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






