Tenemos dos madres, una en la tierra y otra en el cielo a la que debemos amar, honrar, defender y acudir. Una bella reflexión del escritor Claudio de Castro
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Anna Hecker | Unsplash |
«Ante Dios, los ruegos de los santos son ruegos de amigos, pero
los ruegos de María son ruegos de Madre»
San Alfonso
Recuerdo la alegría inmensa de
aquellos niños que jugaban en el parque aquella tarde soleada. Mis
hijos entre ellos. Disfrutaba mucho esos momentos de paz, en un ambiente sano,
rodeado de la naturaleza, admirando la inagotable energía de los pequeños. «¿Es
que nunca se cansan?», pensaba sorprendido. Y yo agotado solo de verlos. ¿Te ha
pasado alguna vez?
Era el paseo reglamentario de las tardes. Llegaba del trabajo cada
tarde y escuchaba la algarabía en mi casa: «¡Llegó papá! ¡Llegó papá!». Bajaban
todos y nos íbamos de paseo, a comer postres y jugar en el parque.
Más de una vez
los vi caerse, como suele pasar con los niños, golpearse y correr a refugiarse
en los brazos de su mamá.
Vida, mi esposa, los abrazaba, les
sacudía la ropa y los tranquilizaba: «Nada ha pasado, vuelvan a jugar».
Y tranquilos volvían a reír y gritar
de júbilo mientras corrían hacia los juegos diseñados especialmente para su
edad.
Los adultos no nos diferenciamos mucho de los niños, necesitamos
acudir a una madre cuando tenemos problemas, miedos, ansiedad, inquietudes.
Ellas, las madres, lo saben todo, no podemos engañarlas.
Me
sonrío al recordar una maravillosa homilía del padre Alejandro Goulborne,
párroco de la Iglesia Nuestra Señora de Lourdes en Panamá. En aquella memorable
Eucaristía, nos habló de su mamá y se notaba cuánto la quiere:
«Las madres
tienen un don, un instinto maternal que las hace intuir y saber cosas.
Una tarde fui a ver a mi mamá y tan
pronto me vio entrar a la casa me dijo: «A usted le pasa algo hijo».
Me dejó sorprendido, en verdad que
tenía una inquietud pero a nadie le había comentado, menos a mi madre.
Le dije y me dio la solución que
suelen dar las madres, amándome, abrazándome, diciéndome que todo saldría bien.
Salí confortado y sereno».
Cuando me pasa que tengo inquietudes o un problema difícil de
resolver, acudo a nuestra bella Madre celestial, la Inmaculada Concepción, la
siempre Virgen María.
Es curioso, cada vez que escribo sobre
este tema salen personas a rechazar a la Virgen amparados por párrafos
seleccionados y mal usados de las Escrituras. Les dicen «trolls».
Si buscas su significado en Internet vas a
encontrar esto: «Describe a una persona con identidad desconocida que
publica mensajes provocadores para crear polémica».
Este es uno de los versículos que usan
sacado de contexto:
«Jesús contestó: Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida. Nadie va al Padre sino por mí».
Juan
14, 6
Te dicen todo tipo de cosas aferrados a
ese versículo bíblico y que a Dios solo se llega por Jesús, lo cual es
correcto, pero no toman en cuenta una verdad evidente…
Por lo general no les hago caso, excepto
cuando suben de tono. A una Madre todo hijo la defiende, más tratándose de la
Virgen, la mamá de nuestro Salvador.
Desde muy pequeños, mi mamá (María
Felicia Soto De Castro) nos inculcó a mis hermanos Henry, Frank y a mí que
tenemos dos madres, una en la tierra y otra en el cielo a la que
debemos amar, honrar, defender y acudir a ella en todo momento y circunstancia
pidiendo su auxilio maternal.
Ella siempre ha sido fiel devota de la
Virgen. Reza su Rosario todos los días. Hace poco estuve con ella y le hice
esta corta entrevista. Te presento a mi bella mamá hablándonos de la Virgen:
La
Virgen es Madre de la humanidad y siempre velará por nuestro bienestar. No
tengas reparo en acudir a ella.
Yo nunca he quedado defraudado. Siempre ha acogido mis plegarias,
se las lleva a su Hijo quien las atiende favorablemente.
«¿No estás por ventura en mi regazo?»
El Ángel Gabriel la honra llamándola «llena de gracia» (Lucas 1,
28). Y los católicos la honramos llamándola «Madre».
San Alfonso escribió de ella estas admirables palabras:
Te invito a rezar el Rosario diario,
que tanto agrada a nuestra Madre del cielo y nos trae tantas bendiciones.
Te
dejo ahora amable lector con estas palabras de la Virgen a san Juan Diego y que
son para todos nosotros también.
No
se turbe tu corazón. ¿No estoy aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra?
¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mí regazo? No te apene ni te
inquiete otra cosa
Solo me queda exclamar emocionado, a todo pulmón: «¡Viva
María! ».
¡Dios te bendiga!
Claudio de Castro
Fuente: Aleteia