Sabemos (espero) que la oración es un anticipo del cielo: «Nuestra vida valdrá lo que valga nuestra oración» (Marthe Robin)
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Es un diálogo que se da en un dialecto divino, donde el corazón
da un salto desde la tierra hasta la eternidad. Incluso las más despistadas,
tienen algo del sabor de lo infinito.
«El hombre lleva en sí mismo una sed de
infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, un deseo de
amor, una necesidad de luz y de verdad, que lo impulsan hacia el Absoluto; el
hombre lleva en sí mismo el deseo de Dios. Y el hombre sabe, de algún modo, que
puede dirigirse a Dios, que puede rezarle» Benedicto XVI, catequesis del 11 de mayo de 2011
En este intercambio de palabras entre el corazón del hombre y el corazón de Dios, ¿qué papel tiene la oración de petición?
Porque
más de una vez hemos escuchado que no debemos acudir a Dios «solo para pedir»,
sino para «agradecer, adorar, pedir perdón, interceder». Esto es cierto, pero
también creo que nos lleva hacia cierta sensación de vergüenza cuando nos
ponemos de rodillas – o en la posición en que recemos – para pedir a Dios
alguna gracia especial.
«Yo,
otra vez, perdón que te lo pida, pero…». Bueno, no sé si te ha pasado. Al
menos, a mí sí: pedir «disculpas» al volver con una intención reiterativa… y
otra, y otra. Es decir, sabemos que Dios es Padre, que somos hijos, que es
natural pedir… pero a veces entra la tentación de «no insistir tanto» o «no
pasarnos pidiendo cosas». Para los que alguna vez hemos pasado por esto, el
Papa Francisco tiene unas palabras:
«Pedir, suplicar. Esto es muy humano (…).
No tenemos que escandalizarnos si sentimos la necesidad de rezar, no tener
vergüenza. Y sobre todo cuando estamos en la necesidad, pedir» Papa Francisco, catequesis del 9 de diciembre de 2020
Por
su parte, el Catecismo insiste en que ¡pedir es muy bueno! No es – no siempre – volver la mirada
solo hacia nosotros, sino volver hacia el que responde:
«Mediante la oración de petición
mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no
somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro
fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos
apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él» Catecismo, n. 2629
1. Él
siempre escucha
Jesús nos enseñó a pedir: «Así os digo yo: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá». Si pedimos, no estamos haciendo otra cosa sino la que Él quiere que hagamos.
Y no solo está dispuesto a oír toda oración de petición que hagamos, sino que sabe escuchar también las que no sabemos cómo pronunciar:
«También nuestras peticiones
tartamudeadas, las que quedan en el fondo del corazón, que tenemos también
vergüenza de expresar, el Padre las escucha y quiere donarnos el Espíritu
Santo, que anima toda oración y lo transforma todo. Es cuestión de paciencia,
siempre, de soportar la espera» Papa Francisco, catequesis del 9 de diciembre de
2020
He
descubierto que Él también entrega aquello que no sabíamos cómo pedir. Incluso
aquello que no sabíamos que necesitábamos o queríamos.
2. El
silencio es una respuesta… y «no» también
Alguna
vez hemos escuchado a alguien lamentarse de un «Dios sordo». Como te lo he
dicho antes, Él todo lo escucha. Pero una vez meditaba en que temía que Dios no
fuera sordo, sino mudo.
Es
decir, me explico: que Él escuchase mis peticiones, pero que no me diera una
respuesta. Pero con el tiempo comprendí que el
silencio también puede ser una respuesta: una invitación a seguir rezando, una
invitación a esperar un milagro… o una invitación a aceptar que no ocurrirá.
En
ese momento en el que tambalea la oración, podemos recordar cómo vivió la
Sagrada Familia los tiempos de incertidumbre, de contradicción, de misterio.
«Ni maría ni José le preguntan nada más,
aunque, como nos dice el Evangelio, no comprendieron del todo el sentido de sus
palabras. Ni siquiera en el camino de vuelta se atreven a interrogarle, aunque
conservaron en su corazón todo lo que les había dicho, para meditar sobre ello»
Henri-Michel Gasnier, Los silencios de san José
Una
escena que me duele y conmueve es la de los
discípulos de Emaús. Decepcionados, tristes, en silencio. De a dos,
pero cada uno hundido en su propia soledad. El sentimiento de soledad de haber
creído y… bueno, una escena donde crucificaban brutalmente aquello en lo que
habían creído.
Por
otro lado, también podemos albergar la esperanza. Al final de esa escena, Jesús
se acerca. Les devuelve el anhelo que ardía en sus corazones. ¿Quién dice que
el Señor no espera un momento más oportuno para actuar? Incluso pueden pasar
años. Y créeme – lo digo por experiencia propia – si pasan los años y nos
encontramos frente a frente con la gracia que rogábamos… la admiración y la
gratitud se duplican o triplican. Como se lee en el mismo libro que te cité
arriba.
«En Caná, el rechazo aparente de Jesús –
Qué nos importa a ti y a mí…? Aún no ha llegado mi hora – se verá seguido de un
maravilloso milagro. Es como si Jesús hubiese querido exponer a la petición de
su Madre para hacer luego más patente el triunfo de su oración» Henri-Michel Gasnier, Los
silencios de san José.
3. Rezar
por nuestros hermanos como rezamos por nuestras cosas
Abriendo el corazón al amor de Dios, lo abrimos a nuestros
hermanos. Rezando por ellos y con ellos, no solo fortalecemos
nuestra fraternidad y sentido de comunión, sino que vamos
fortaleciendo también la misma sociedad.
¿No
es hermoso poder decir «reza por esta intención» y saber que el otro lo hará?
¿O poder decir a un amigo «estoy rezando por lo que me pediste»?
Por
otro lado, también es importante rezar por los que rezan por nosotros. Incluir
al menos una estampa, una avemaría, un acordaos… lo que tú veas, por aquellos
que se encuentran pidiendo por tus intenciones. Es una preciosa forma de pedir
y de dar gracias a la vez.
Actualmente
nos encontramos en la semana de oración por la unidad de los cristianos. Es un
buen momento – siempre lo es – para poner esta intención y la de nuestros
hermanos frente a Dios, con mayor confianza.
4. Las
peticiones que Dios ama escuchar
¿Recuerdas
cuando Jesús enseñó a rezar a sus apóstoles? De seguro sí, porque rezas esa
oración en cada misa, en cada rosario, tal vez cuando rezas una estampa o antes
de acostarte.
El
Padrenuestro es la oración querida por Dios. Y
está compuesta por siete peticiones. ¿Hay alguna evidencia más clara de que Él
espera escuchar y atender nuestras plegarias?
«Suplicamos a Dios por los dones más
sublimes: la santificación de su nombre entre los hombres, el advenimiento de
su señoría, la realización de su voluntad de bien en relación con el mundo. El
Catecismo recuerda: “Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a
continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida” (n.
2632)» Papa Francisco,
catequesis del 9 de diciembre de 2020
5. La
oración de petición que no puede faltar
Cuando
santo Tomás de Aquino terminó de escribir unos tratados sobre la fe, el
Crucifijo ante el que se encontraba le dijo: «Tú has hablado bien de mí, Tomás.
¿Cuál será tu recompensa?». Y su respuesta fue: «Non
nisi te, Domine» (¡Nada más que a Ti, Señor!).
En la
oración de petición, hagamos un lugar a un pedido semejante: amar más y más a
Dios. Ser santos,
vivir una vida bien «pegaditos» a su Corazón.
«En
muchos santos, y sobre todo santas, se encuentran palabras de este género:
“¡Jesús, quisiera amarte como nunca nadie te ha amado! ¡Hacer por ti las
locuras que todavía nadie ha hecho!» Jacques
Philippe, La oración, escuela de amor
Por María Belén Andrada
Fuente: Catholic Link






