Escrito póstumo del hermano Christian de Chergé, hoy beato, uno de los siete monjes trapenses de Tibhirine (Argelia) asesinados en 1996 en un atentado reivindicado por el Grupo Islámico Armado (GIA)
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La tumba de Christian de Chergé. Ps2613 I CC BY-SA 3.0 |
En marzo de 1996, siete de los
nueve monjes trapenses del monasterio Nuestra Señora del Atlas, en Tibhirine
(Argelia) fueron secuestrados por un grupo de hombres armados.
Dos meses más tarde, el 21 de
mayo, un comando del Grupo Islámico Armado (GIA) reivindicaba su asesinato
mediante un comunicado: «Hemos cortado la garganta de los siete monjes, en
cumplimientos de nuestras promesas».
Los religiosos eran conscientes
de que su vida corría peligro. Por este motivo, uno de ellos, el hermano
Christian de Chergé, había dejado escrito un año antes su «testamento
espiritual», que sería descubierto tras su asesinato.
Consciente de que se trata de uno
de los grandes textos espirituales de los tiempos modernos, Aleteia propone
este testimonio póstumo del hermano Christian, quien fue beatificado en 2018
junto a sus compañeros de martirio. El monje trapense, que vivía en proximidad
con sus vecinos argelinos, testimonió hasta el final la amistad y la fidelidad
a una vida monástica radicada en tierra del Islam.
Cuando un A Dios se vislumbra…
Si me sucediera un día – y ese
día podría ser hoy – ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en
este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi
comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a
Dios y a este país. Que ellos acepten que el Único Maestro de toda vida no
podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que recen por mí. ¿Cómo podría
yo ser hallado digno de tal ofrenda? Que sepan asociar esta muerte a tantas
otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato.
Mi vida no tiene más valor que
otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la
infancia. He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece,
desgraciadamente, prevalecer en el mundo, inclusive del que podría golpearme
ciegamente. Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me
permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar,
al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido. Yo no podría
desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo. En efecto, no
veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin
distinción, de mi asesinato. Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la
«gracia del martirio» debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo
si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam.
Conozco el desprecio con que se
ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente. Conozco también las
caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo. Es demasiado fácil
creerse con la conciencia tranquila identificando este camino religioso con los
integrismos de sus extremistas. Argelia y el Islam, para mí son otra cosa, es
un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo
que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor
del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima
Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los
creyentes musulmanes.
Mi muerte, evidentemente,
parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de
idealista: «¡qué diga ahora lo que piensa de esto!» Pero estos tienen que saber
que por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios
así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con El a Sus
hijos del Islam tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de
Cristo, frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo
secreto será siempre, el de establecer la comunión y restablecer la semejanza,
jugando con las diferencias.
Por esta vida perdida, totalmente
mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido
enteramente para este GOZO, contra y a pesar de todo. En este GRACIAS en el que
está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida, yo os incluyo, por supuesto,
amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi
padre, mis hermanas y hermanos y los suyos, ¡el céntuplo concedido, como fue
prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo
que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este «A-DIOS» en cuyo
rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones
felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío.
¡AMEN! IM JALLAH!
Argel, 1 de diciembre de 1993
Tibhirine, 1 de enero de 1994
Christian.+
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia