Subiendo con Jesús al monte podremos bajar a la llanura de nuestra cotidianidad para ser transformados por su luz
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«Seis días después, Jesús tomó a
Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado»
(Mt 17,1).
El evangelio de la
Transfiguración se proclama cada año en el segundo domingo de Cuaresma. En
este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado.
Aunque sigamos haciendo lo mismo en nuestra cotidianidad, en Cuaresma podemos
“subir a un monte elevado” junto con Jesús.
Caminando con Él, cerca de su
corazón, con la fuerza de su gracia para superar nuestras faltas de fe y
nuestras resistencias para seguirlo, esto es lo que necesitaban Pedro y los
demás discípulos y necesitamos nosotros hoy.
1. DEJARNOS CONDUCIR POR JESÚS
Para profundizar nuestro
conocimiento de Jesús, para comprender lo que Él quiere de nosotros, debemos dejarnos
conducir a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y
de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba.
Un camino que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión
por la montaña.
Requiere, al llegar arriba,
escuchar, hacer silencio y recibir. Aunque estemos envueltos por la
monotonía de nuestro diario vivir siempre hay lugar para caminar con Jesús.
Nos dice el papa Francisco en su
mensaje para la Cuaresma de este año :
En el “retiro” en el monte Tabor,
Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un
acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria,
sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús
hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo,
vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor
ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje.
Él mismo es elCamino, se
trata entonces de entrar cada vez más plena y profundamente en su misterio.
2. DEJARNOS ILUMINAR
Y arriba, en lo alto del monte,
Jesús «se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol
y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (Mt 17,2).
Aquí está la meta del camino. Al
final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres
discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de
luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba
de Él mismo.
La belleza divina de esta visión
fue incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran
podido hacer para subir al Tabor. Como en cualquier excursión exigente de
montaña, a medida que se asciende es necesario mantener la mirada fija en el
sendero; pero el maravilloso panorama que se revela al final, sorprende y hace
que valga la pena.
Caminando con Jesús, dejándonos
iluminar por su gracia durante el recorrido, llegará el día en el que su
luz nos transformará.
El camino cuaresmal tiene como
objetivo nuestra transfiguración personal. Una transformación que tiene su
modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual.
3. ESCUCHARLO A ÉL
Mientras Jesús se transfiguraba
se oyó una voz desde la nube: «Escúchenlo» (Mt 17,5).
La Cuaresma es un tiempo de
gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla. ¿Y cómo nos habla?
Ante todo, en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia. No
dejemos que caiga en saco roto. Si no podemos participar siempre en la Misa,
meditemos las lecturas bíblicas de cada día, incluso con la ayuda de Internet.
Además de hablarnos en las
Escrituras, el Señor lo hace a través de los demás, especialmente en los
rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda. Escuchar a Cristo
pasa también por la escucha a nuestros hermanos.
Al escuchar la voz del Padre, «los
discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a
ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron
los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt 17,6-8).
La voz del Padre nos llama a no
tener miedo, a llevar la luz de su hijo a nuestra vida hasta llegar a la
Pascua donde esta será más plena. Hacia ella debemos ir, siguiéndolo a Él. La
Cuaresma está orientada a la Pascua.
El “retiro” no es un fin en sí
mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe,
esperanza y amor, para llegar a la resurrección.
Levantándonos sin miedo bajaremos
a la llanura y la gracia que hemos experimentado nos sostendrá.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia