Las monjas y monjes de vida contemplativas son mujeres y hombres que han consagrado su vida a Dios en el silencio, la oración y la clausura
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Jeffrey Bruno |
Sin embargo, esto no significa
que lleven una vida ociosa o inútil. Al contrario, realizan una gran variedad
de tareas que contribuyen al bien de la Iglesia y de la sociedad
Las comunidades contemplativas
están formadas por mujeres y hombres que han respondido con generosidad a la
llamada de Dios.
Lo han dejado todo por seguir a
Cristo y han encontrado en Él el sentido de su vida. Han elegido la mejor
parte, que no les será quitada.
Son un don para la
Iglesia y para el mundo. Con su oración, su trabajo y su servicio, contribuyen
al bien común y a la salvación de las almas.
Con su testimonio, inspiran a
muchos a buscar a Dios y a entregarse a Él. Son una esperanza para el futuro.
Estas comunidades nos
muestran que es posible vivir en este mundo sin ser del mundo, que es posible
ser felices sin tenerlo todo, que es posible ser santos sin hacer ruido.
La oración, corazón de la
vida contemplativa
La oración es la razón de ser de
las comunidades contemplativas. Ellas dedican gran parte de su día a la alabanza de
Dios, a la intercesión por las necesidades del mundo y a la contemplación de
los misterios de la fe.
La oración es el motor que
impulsa su vida y su misión.
Su oración se expresa de diversas
formas: la liturgia de las horas, la eucaristía, la adoración eucarística,
el rosario, la lectio divina, la meditación, el silencio…
Cada orden religiosa tiene su
propia espiritualidad y carisma que enriquecen la oración con matices propios.
La oración de los contemplativos
no es egoísta ni aislada, rezan por toda la Iglesia, por el Papa, por los
obispos, por los sacerdotes, por los religiosos, por los fieles laicos, por los
enfermos, por los pobres, por los pecadores, por los que sufren…
También rezan por las intenciones
que les hacen llegar personas de todo el mundo que confían en su poder
intercesor.
La oración de la vida
contemplativa es una forma de evangelización silenciosa pero eficaz.
Son testigos de que
Dios existe, de que es amor y de que vale la pena entregarle todo, son nuestros
faros de luz en medio de las tinieblas del mundo.
El trabajo: una expresión de amor
y creatividad
Las monjas y monjes no solo
rezan, sino que también trabajan. El trabajo es una dimensión esencial de la
vida humana y cristiana.
El trabajo dignifica a la
persona, la permite desarrollar sus capacidades y colaborar con Dios en la obra
de la creación.
Realizan diversos tipos de trabajo
según sus habilidades y las necesidades del monasterio.
Se dedican a la limpieza,
al cuidado del huerto, al mantenimiento de las instalaciones…
También se ocupan de la cocina,
de la lavandería, de la enfermería, o se especializan en algún oficio
artesanal o artístico: bordado, cerámica, repostería, música…
Su trabajo tiene un doble fin: el
sustento económico del monasterio y el servicio a los demás.
Venden algunos productos, que
elaboran con sus manos, en sus monasterios y conventos o en fundaciones como
la Fundación
DeClausura.
Estos productos son apreciados
por su calidad y por su valor espiritual. Muchas personas compran estos
productos para apoyarlos o para regalarlos a sus seres queridos.
Este trabajo también tiene un
valor apostólico. A través del trabajo, transmiten el mensaje del Evangelio con
su ejemplo y con su arte.
Muchas personas se acercan al
monasterio para comprar sus productos o para solicitar sus servicios y se
encuentran con una sonrisa, una palabra amable o una bendición.
El servicio: una manifestación de
comunión y caridad
Las comunidades contemplativas no
viven solas sino en comunidad. La comunidad es una escuela de amor donde
aprenden a convivir con sus hermanas y hermanos, a compartir lo que tienen y lo
que son, a perdonar y a pedir perdón, a ayudarse mutuamente.
La comunidad es también una
familia donde se sienten acogidos, queridos y respetados.
La comunidad es un lugar donde
celebrar las alegrías y llorar las penas, donde reír y llorar juntos, donde
crecer en la fe y en la amistad.
La comunidad es también una
expresión de la Iglesia universal. Se sienten unidos a todos los miembros del
cuerpo de Cristo, especialmente a los más necesitados.
Se interesan por lo que pasa en
el mundo y se comprometen con las causas justas. A pesar de su
precariedad económica colaboran con otras comunidades religiosas y
con otras instituciones eclesiales y sociales.
La comunidad es también una
anticipación del cielo. Las monjas viven en la esperanza de la vida eterna,
donde verán a Dios cara a cara y gozarán de su presencia para siempre. Viven en
la alegría de saberse hijas e hijos de Dios y herederos de su reino.
Un don para la Iglesia y para el
mundo
Son una invitación a todos los
cristianos a vivir con más intensidad nuestra relación con Dios, a ponerlo en
el centro de nuestra vida, a confiar en su providencia, a amarlo con todo
nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas.
Una bendición para todos los que
las conocen, las visitan o se comunican con ellas y ellos.
Nos ofrecen su amistad, su
escucha, su consejo, su oración. Nos hacen sentir que no estamos solos, que hay
alguien que nos quiere y que reza por nosotros.
Las monjas contemplativas son un
regalo de Dios. Demos gracias al Señor por ellas y pidámosle que suscite muchas
vocaciones a esta forma de vida tan bella y tan necesaria.
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia