“Este es el estilo de servicio que Jesús nos ha enseñado al decir: ‘Han recibido gratuitamente, den también gratuitamente’”
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| Vatican Media |
En el último día de su viaje a
Mongolia, el Papa Francisco bendijo e inauguró la Casa de la Misericordia, un
edificio destinado a dar albergue temporal a personas sin techo y víctimas de
violencia doméstica. El Santo Padre subrayó que en las palabras que dan nombre
al lugar “está la definición de la Iglesia”.
La Iglesia, indicó el Papa, “está
llamada a ser hogar acogedor donde todos pueden experimentar un amor superior,
que mueve y conmueve el corazón; el amor tierno y providente del Padre, que nos
quiere en su casa como hermanos y hermanas”.
La Casa de la Misericordia,
ubicada en la zona central de Ulán Bator, la capital de Mongolia, funcionará en
lo que antes era una escuela a cargo de las Hermanas Hospitalarias de San Pablo
de Chartres, gracias al apoyo de las Obras Misionales Pontificias de Australia,
“Catholic Mission”. Surgió como una iniciativa de la comunidad católica local,
encabezada por el Prefecto Apostólico de Ulán Bator, Cardenal Giorgio Marengo.
El Santo Padre llegó al lugar
alrededor de las 9:30 horas (hora local), y fue recibido en una ceremonia que
incluyó canto y danza de niños que participan en la estructura educativa
católica de Mongolia.
En su mensaje de bienvenida, el
director de la Casa de la Misericordia, el Hermano Andrew Tran Le Phuong,
salesiano, le agradeció al Papa su visita, y le aseguró que este lugar busca
“llegar a aquellos que de alguna manera se sienten marginados de la sociedad.
Hemos creado un hogar donde todos son bienvenidos”.
“Nuestra esperanza es crear un
lugar de refugio para personas vulnerables, especialmente mujeres y niños, para
que puedan reunirse en un ambiente amoroso y sentirse valorados, seguros y en
paz”, aseguró.
El Papa escuchó además testimonios
como el de Sor Verónica Kim, religiosa de las Hermanas Hospitalarias de San
Pablo de Chartres, que durante ocho años se ha dedicado a la atención gratuita
a indigentes en la Clínica Santa María de Mongolia.
También le compartió su
testimonio Lucía Otgongerel, feligrés de la parroquia de Santa María en Ulán
Bator, “séptima de una familia de ocho”, que además aseguró su alegría de poder
“hablar aquí en nombre de miles de personas con discapacidad”: “Me faltan dos
brazos y dos piernas, pero quiero decir que soy la persona más afortunada del
mundo, porque tomé la decisión de aceptar plenamente el amor de Dios, el amor
de Jesús”.
El Papa agradeció “de corazón la
acogida, el canto y la danza, así como sus palabras de bienvenida y sus
testimonios, los cuales creo que bien pueden resumirse con algunas palabras de
Jesús: ‘Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de
beber’”.
“Desde sus orígenes, la Iglesia
se tomó en serio esta verdad, demostrando con obras que la dimensión caritativa
fundamenta su identidad”, resaltó el Papa. “Es maravilloso ver que, después de
tantos siglos, el mismo espíritu impregna la Iglesia en Mongolia. En su
pequeñez, esta vive de la comunión fraterna, de la oración, del servicio
desinteresado a la humanidad que sufre y del testimonio de la propia fe”,
añadió.
El Santo Padre resaltó además que
en el trabajo caritativo “es indispensable el voluntariado, es decir, el
servicio, puramente gratuito y desinteresado, que las personas libremente
deciden ofrecer a quienes lo necesitan; no en base a una compensación económica
o cualquier otra forma de retribución individual, sino por puro amor al
prójimo”.
“Este es el estilo de servicio
que Jesús nos ha enseñado al decir: ‘Han recibido gratuitamente, den también
gratuitamente’”.
“Servir de este modo parece una
mala apuesta, pero al arriesgar se descubre que lo que se da sin esperar
recompensa no es en vano; más bien, se convierte en una gran riqueza para el
que ofrece tiempo y energías. La gratuidad, en efecto, aligera el alma, sana
las heridas del corazón, acerca a Dios”, dijo el Papa.
“En este país lleno de jóvenes,
dedicarse al voluntariado puede ser un camino decisivo de crecimiento personal
y social”, remarcó.
El Papa Francisco precisó luego
que “el verdadero progreso de las naciones, en efecto, no se mide en base a la
riqueza económica ni mucho menos a los que invierten en la ilusoria potencia de
los armamentos, sino a la capacidad de hacerse cargo de la salud, la educación
y el crecimiento integral de la gente”.
Luego el Santo Padre desmintió
tres “mitos” sobre la caridad y la Iglesia. “En primer lugar, aquel por el cual
sólo las personas pudientes pueden comprometerse en el voluntariado. La
realidad dice lo contrario: no es necesario ser ricos para hacer el bien, es
más, casi siempre son las personas comunes las que dedican tiempo,
conocimientos y corazón para ocuparse de los demás”, explicó.
El Papa indicó que “un segundo
mito que se debe desmontar es aquel por el cual la Iglesia católica, que se
distingue en el mundo por su gran compromiso en obras de promoción social, hace
todo esto por proselitismo, como si ocuparse de los otros fuera una forma de
convencerlos y ponerlos ‘de su lado’”.
“No, los cristianos reconocen a
quienes pasan necesidad y hacen lo posible para aliviar sus sufrimientos porque
allí ven a Jesús, el Hijo de Dios, y en Él la dignidad de toda persona, llamada
a ser hijo o hija de Dios”, subrayó.
El Papa Francisco indicó además
que “un tercer mito a desenmascarar es aquel según el cual lo que cuenta serían
sólo los medios económicos, como si el único modo para hacerse cargo de los
demás fuera la contratación de personal asalariado y el equipamiento de grandes
estructuras”.
“Ciertamente, la caridad requiere
profesionalidad, pero las iniciativas benéficas no deben convertirse en
empresas, sino conservar la frescura de las obras de caridad, donde quien pasa
necesidad encuentre personas capaces de escucha y de compasión, más allá de
cualquier tipo de retribución”, precisó.
“En otras palabras, para hacer
realmente el bien, lo indispensable es un corazón bueno, determinado a buscar
lo que es mejor para el otro”, señaló.
Al finalizar, el Santo Padre
recordó un episodio de la vida de Santa Teresa de Calcuta: “Parece ser que una
vez un periodista, mirándola inclinarse sobre la herida maloliente de un
enfermo, le dijo: ‘Lo que ustedes hacen es hermosísimo, pero personalmente no
lo haría ni por un millón de dólares’. La Madre Teresa sonrió y le respondió:
‘Tampoco yo lo haría por un millón de dólares; ¡lo hago por amor a Dios!’”.
“Pido que este estilo de
gratuidad sea el valor agregado de la Casa de la Misericordia. Por todo el bien
que han hecho y que harán, les agradezco de corazón y los bendigo. Y, por
favor, tengan también la caridad de rezar por mí”, concluyó el Papa.
El Papa Francisco presidió luego
el rezo del Ave María y bendijo la Casa de la Misericordia.
Además, regaló un cuadro del
icono de Nuestra Señora de la Ternura, cuya pintura original la tradición
atribuye al evangelista San Lucas.
Al finalizar el evento, un
emocionado grupo de católicos le dio la despedida al Papa Francisco, que se
dirigirá al Aeropuerto Internacional Gengis Kan para, desde ahí, partir de
regreso a Roma.
Por David Ramos
Fuente: ACI Prensa






