Nuestro Señor Jesucristo fue muy crítico con los fariseos por causa de su incongruencia en el decir y el hacer. ¿Qué podemos nosotros aprender de esto?
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Seguramente estamos de
acuerdo con el Señor y pensamos que esos hombres actuaban con hipocresía
diciendo a todos lo que debían hacer, pero sintiéndose exentos de cumplir los
mandatos dejados por Dios a Moisés que -por supuesto- también eran para ellos.
Ciertamente, no se sentían
culpables, como lo prueba la parábola del fariseo y el publicano: uno daba
gracias a Dios porque pagaba el diezmo y no era como el otro, el cual no se
atrevía a entrar al templo y se golpeaba el pecho pidiendo perdón por ser un
pecador (Lc
18,10-14).
Esa actitud farisaica está
muy presente en nuestros días. Cada quien tendría que hacer un examen de
conciencia para averiguarlo; sin embargo, frecuentemente decimos a otros que se
comporten de determinada manera, pero no caemos en cuenta de que nosotros tendríamos
que predicar con el ejemplo. Nos convertimos en los nuevos fariseos cuando
sabemos dar instrucciones a la perfección, sin querer cumplir lo que apoyamos
con tanto énfasis.
Podríamos hablar de
distintos escenarios: el trabajo, la calle y, sobre todo, la familia.
Los padres y madres tienen una responsabilidad moral aún más grande, pues educadores de sus hijos; y los niños, que todo observan e imitan, tendrán como referencia sus actitudes, así sean correctas o incorrectas.
El Evangelio, itinerario de vida
Por eso, para descubrir y
reafirmar cómo conducirse, el itinerario seguro es el Evangelio, que nos indica
el modo en que debemos comportarnos con Dios y con los prójimos: ser honestos,
humildes, castos, fieles, justos; en fin, no hay camino más seguro que leer las
enseñanzas de Jesucristo a sus discípulos y seguirlas al pie de la letra.
Se trata de decir y hacer,
encarnando el Evangelio, haciéndolo vida y procurando aplicarlo íntegramente,
sin quitar nada. Además, al ser bautizados, tenemos el llamado a enseñarlo a
los que no lo conocen, siendo congruentes con lo que decimos, conectando
nuestros pensamientos, palabras y acciones, para que quienes dependen de
nosotros entiendan cómo es vivir de acuerdo con la palabra de Dios.
Vivamos de tal modo que,
el día que nuestra vida termine y nos encontremos cara a cara con Dios, seamos
merecedores de esta bienvenida: «Muy bien, siervo bueno y fiel, ya que fuiste
fiel en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu
Señor».(Mt
25, 21)
Mónica
Muñoz