Quien tiene miedo del juicio de Dios corre el
riesgo de vivir un malestar psíquico. La verdadera fe no produce ese efecto
Un lector de
Aleteia escribe:
“…sobre todo
para mí que sufro de fuerte ansiedad… el Islam que amenaza con mandar al
infierno a quien no cree en su religión es terrible. Cualquier religión
que me amenaza con mandarme al infierno si no creo en ella logra mi atención,
porque me crea una angustia terrible. Es horrible… ¿y si Dios nos quiere
infelices y es malo? ¿Pueden comprender mi situación? Gracias de corazón”. A.
¿Este miedo al
infierno y al juicio divino esconde una patología? El profesor Giuseppe Crea, profesor de psicología en la
Pontificia Universidad Salesiana explica a Aleteia por
qué una persona empieza a tener un miedo de este tipo. Porque
la verdadera fe no produce este efecto en las personas.
“El miedo a un
castigo – explica Crea – puede tener un carácter educativo porque permite a la
persona tomar conciencia del error cometido y al mismo tiempo reparar el daño.
El castigo, por tanto, no tiene sólo un carácter restrictivo, sino que se
convierte en punto de partida para un cambio”.
En
la teología de la Iglesia, prosigue el experto, el recuerdo constante de los
Novísimos, o sea, de la vida del más allá, del Infierno, del Purgatorio y del
Paraíso, además de mostrar cuál es el destino final de cada hombre, “tiene también un valor educativo que da a la
persona la oportunidad de crecer”.
Si
en cambio el individuo vive esto “en términos punitivos y restrictivos, por
tanto limitadores de su libertad de elegir el bien, se aleja de esta visión.
Entonces, en lugar de ser una ocasión para crecer hacia la comunión con Dios,
se convierte en motivo de replegamiento sobre uno mismo y sobre los propios
miedos”.
En el fondo, se pone al yo
en el centro
Cuando
Dios es visto como un dispensador de castigos, “el miedo al infierno se vuelve
una manera personalizada y auto referencial de ver la acción de Dios”. O sea,
en el centro está el yo y no Dios.
Es
personalizada porque “responde a criterios personales de referirse a Dios,
según la propia historia personal y las costumbres aprendidas sobre la forma de
concebir la recompensa, el perdón, el castigo. La
persona ha aprendido a sufrir el error de sus propias faltas, y tiende a mantener distancia con Dios para evitar
implicarse en un camino de conversión”.
En
el fondo, el centro de todo es el yo, porque “pone en el centro los propios
intereses (el miedo lleva a cerrarse en el propio mundo lleno de
inseguridades), y lleva a cabo un “ajuste de cuentas” personal: al atribuir al
Dios-castigador la responsabilidad del mal, se auto exime de responsabilizarse por su propia conversión
personal”.
El bien se transforma en un peligro
Esta concepción
equivocada de la acción divina que degenera en preocupación, se manifiesta con el
temor de sufrir un juicio divino
negativo en el momento de la muerte.
“El
juicio universal – subraya Crea – es el bien al que se dirige la criatura que
está buscando a su Creador. El bien máximo por el encuentro final con Dios, la
venida del Salvador que devolverá el orden al desorden. Todo esto forma parte
de la teología escatológica de la Iglesia. Si una persona tiene miedo de todo
esto, quiere decir que hay en ella dinámicas
psicológicas y personales que la han llevado a ver el bien como peligroso,
y a acostumbrarse en cambio a ver en la aceptación paralizadora del “mal” una
solución extrema para quedarse pasiva y no ponerse en camino”.
Cuando no hay verdadera
confianza en Dios
El
Juicio Universal, añade el profesor de psicología, “atrae todo el proyecto de
Dios para la humanidad, porque da sentido a la existencia de toda criatura. Si
en cambio la persona siente miedo de él y se bloquea, esto significa que sus
dinámicas interiores no están preparadas para fiarse y confiar en este
encuentro con el Absoluto, quiere decir que la persona necesita “controlar” la
bondad de Dios con sus propios parámetros de juicio, hechos de miedo y
desconfianza”.
Si
el Juicio Universal no impulsa a la persona a vivir bien el presente, sino al
contrario, la lleva a sentirse en riesgo, “es como el
niño que teme ser descubierto mientras hace algo a escondidas: hay miedo a
equivocarse y a ser juzgado no para el bien, sino para el mal. Es como si
necesitara privilegiar el mal en lugar del bien en la propia vida”.
Y
esta sensación negativista “se autoconfirma en cuanto la persona se queda
bloqueada en el miedo de lo que pasará en el Juicio Final, en lugar de ser
capaz de liberarse y abrirse a las tantas oportunidades de bien que tiene a su
disposición. Si uno se pregunta el por que de este “afecto por el mal”, como
decía, significa que hay mecanismos de control psíquico que la persona ha aprendido a adoptar en la relación
con los demás y con el Otro”.
¿Cuándo hay un trastorno
patológico?
Pero ¿hay una
patología subyacente en este estado de ansia y miedo constante? Crea es
categórico: “Si este miedo bloquea a la persona en sus decisiones, entonces se
puede hablar de trastorno patológico. Los comportamientos obsesivos, como
también los delirios religiosos, son las formas más extremas de este malestar.
Como escribí en el libro “Le malattie della fede”, [Las
enfermedades de la fe, n.d..t.] donde hay un exceso de legalismo surgirá la tendencia a la sumisión pasiva y
acrítica”.
Es
la fe, afirma Crea, “de quien da por
descontado que la Providencia puede resolver y satisfacer las necesidades,
e ignora los recursos y dones que Dios ha puesto a disposición del hombre para
continuar su obra de colaboración con la Creación”.
Si
la confrontación con las normas, la institución, la norma ética y moral “se
hace odiosa y emotivamente desagradable”, la fe que surge “está dominada por
fundamentalismos interiores rígidos y obstinados, por una forma de
autogestionarse particularmente directiva, exigente e inflexible. O bien, al
contrario, podrá instaurarse una religiosidad basada en el sentido de
superstición, de ignorancia de las cosas de Dios. Cuando
tal rigidez se convierte en malestar grave, es necesaria la ayuda de un
experto”.
El verdadero
bienestar espiritual
Una
fe auténtica, una ayuda sacerdotal, ¿puede realmente incidir de manera positiva
en el tratamiento de quien sufre este trastorno?
“La
fe – admite Crea – no resguarda del miedo del mal, sobre todo si este miedo
sirve a la persona para vivir con un sentido de inadecuación que tiende a
proyectar en la propia relación con Dios”.
La
fe, “facilita el redescubrimiento de una
relación constructiva con uno mismo, con los demás y con el Absoluto.
Si la persona retoma este camino de reconciliación – explica el profesor –
entonces vivir la fe se convertirá cada vez más en un camino de bienestar
espiritual profundo”.
Gelsomino del
Guercio
Fuente: Aleteia