Cómo
hacer que una relación humana sea eterna
Me pregunto cuánto perdura en el tiempo un
vínculo. Cómo es el nudo que ata un corazón a otro. Cómo se hace para
profundizar en una relación y lograr así que no muera nunca con el paso
cadencioso del tiempo.
¿Una cuerda
gruesa lo resiste siempre todo sin ceder? ¿Basta una cadena de hierro para
impedir el olvido cuando el tiempo transcurre de forma inexorable?
Sé que el
amor verdadero se ata en la entrega. Crece desde el respeto y la escucha. Echa
raíces, se ancla. Aguarda paciente y enaltece. No se busca a sí
mismo. No mide, no calcula. El amor verdadero es lo que el corazón anhela.
Una persona escribía
“Me ata a ti un hilo invisible. Una cuerda
imponente. Un fuego inagotable. Me ata a ti una furia salvaje. Un amor sin
reservas. Un río que no muere. Un mar sin orillas. Me une a ti un viento sin
retorno. Una ola que arrasa. Una voz que no cesa. Me une a ti una brisa que
calma. Un silencio que eleva. Me une a ti esa eternidad que sueño. Ese comienzo que nunca acaba”.
Son los vínculos verdaderos los que al
final permanecen. Los
que no mueren. Así es como debería ser el amor maduro. Así es el amor de Dios
con el que quiere que yo ame. Ese amor con el que el corazón sueña.
El amor
siempre duele. Lo sé. Lo he vivido. Escuchaba el otro día: “El que
quiera verse libre de dolores quédese libre de amores”. No
amar parece liberar el alma de sufrimientos posibles. Pero quizás valga más la
pena sufrir antes que no haber amado.
¿Cómo son de verdaderos mis vínculos? ¿Son profundos? ¿Se rompen de forma inexorable con el
paso del tiempo? Quisiera que fueran cadenas las que me atan a la vida, a la
tierra.
Las cadenas
resisten el tirar de los días, de las noches, de los años. Un hilo no resiste
la fuerza del olvido. No quiero simplemente señalar un camino. Y quedarme en la
orilla. Decía el padre José Kentenich el 31 de mayo de 1949:
“Yo no
quiero ser simplemente un señalizador en la ruta. No, vamos
el uno con el otro, y esto por toda la eternidad. ¡Cuán errado sería ser sólo señalizador
en el camino! Estamos el uno junto al otro para entendernos mutuamente, nos
pertenecemos el uno al otro ahora y en la eternidad. Ese es el eterno habitar del uno en el
otro propio del amor. Y entonces permaneciendo el uno en el otro y con el otro,
contemplaremos a nuestra querida Madre y a la Santísima Trinidad”.
Un amor que
se ancla en lo profundo del alma. Un vínculo hecho de ramas y raíces que
tienden al cielo. Y se adentran en lo profundo de la tierra buscando el agua.
Como el agua que penetra la tierra en sequía acabando con su sufrimiento. Así es
el vínculo que amo. El cuidado continuo de lo que Dios me confía.
No soy un
mero señalizador en el camino. Pero ¿cómo se hace desde la distancia? ¿O cuando
faltan las fuerzas y el contacto? El uno en el otro para
la eternidad.
Me empeño en
querer salvar lo que no está en mis manos. Me afano torpemente por alimentar
las raíces y engrosar el tronco de la vida.
No quiero olvidar lo esencial. Dios riega,
salva, sana. Los
vínculos que Dios me ha dado son cadenas tejidas en el cielo. Son una cuerda
que me lleva al corazón de Dios. No me hunde solamente en la tierra.
Tira de mí su mano hacia lo alto del cielo.
El vínculo me
hace más libre, no más esclavo. Más de Dios, no más mundano. El vínculo sano de
Dios me lleva a lo alto. Sólo puedo liberar y educar a quien de
verdad amo. Comenta el Padre Kentenich:
“Los
educadores son personas que aman y jamás dejan de amar. Se puede ser una
persona de gran intelectualidad y vida interior, al punto de asombrar al mundo,
pero sólo se puede educar a otros en la medida en que realmente se los ame y se
esté dispuesto, por amor, a entregarse a ellos”[1].
El vínculo del amor sana las heridas. Calma
el ansia de hogar que todo hombre tiene. Y conduce al corazón de Dios en lo alto del cielo.
Estoy llamado
a conducir a muchos hasta allí. Quiero cuidar lo que Dios me confía con mi
vida. Sufro amando. Amo cuando sufro. Y la separación me duele. O la distancia.
Y sé que los vínculos son para siempre. No mueren. Me
ayudan a crecer.
La renuncia sagrada forma parte del
crecimiento interior.
El saber que lo verdadero nunca se apaga.
Y la cadena firme resiste las tormentas, las caídas, las traiciones, los
errores.
Porque el
perdón es la cadena que me une. Más fuerte que la muerte. Porque el
amor tiene en su interior una semilla eterna que no conoce
el ocaso.
Me pregunto
cuánto dura el vínculo que me ata. ¿Es todo un engaño? ¿Me
han confundido al hacerme creer en los vínculos para luego arrebatármelos?
Los vínculos sanos y verdaderos no se
rompen. Me
llevan siempre al cielo y encienden mi corazón en la esperanza. Permanecen en
el tiempo porque los ha tejido Dios, para siempre. Y no pesan el tiempo ni el
espacio. Los días no los apagan. Ni las ausencias provocan el olvido.
Son así los vínculos que sueño, que deseo.
No soy un mero señalizador en el camino.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






