A causa del coronavirus todos los planes de la agenda caen de
golpe… cada uno debe encontrar el por qué y sobre todo el para qué
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Feliphe Schiaroli/Unsplash | CC0 |
La
cuarentena que se me impone me ayuda a tomar conciencia de muchas cosas.
La primera es darme cuenta
de que mis actos tienen repercusiones. Mi
salud no es sólo mía, afecta al resto. Soy responsable. Cuido especialmente a
los débiles,
a los más vulnerables.
De repente poseo todo el
tiempo del mundo. Puedo aburrirme, puedo perder las horas que poseo. Sólo tengo eso, mucho
tiempo.
Ya no voy corriendo de un
lado para otro. Puedo detenerme. Dejo de mirar mi celular y miro a los
otros. Busco en este tiempo de pausa al Dios que se detiene junto a mí, en mi
hogar. Eso
me da paz.
No camino yo solo. No estoy
solo, aunque lo parezca mirando mi vida de reclusión. No puedo salir, me quedo
en casa.
Nunca antes me habían
prohibido dar un paseo, salir a la calle, ponerme a andar. Nunca antes tenía
que tener un motivo para salir, casi que lo tenía que tener para estar en casa.
Cambian las circunstancias.
Cambia todo. No entiendo mucho el sentido del sinsentido. Una
parálisis a nivel mundial. No es local, todo está globalizado.
La
amenaza de la muerte. La angustia por la situación económica personal y
de tantos a mi alrededor. El miedo en medio de mi soledad. Cuando la
creatividad tiene que ponerse en marcha.
Cuarenta
días de desierto hasta la Pascua. Veo la luz en medio del claroscuro de la
vida. Es como siempre. Pero ahora de forma acentuada.
Me siento perdido con todo
el tiempo del mundo en mis manos. Me da miedo aburrirme, o perder el sentido de
la vida. El espacio se reduce. Las paredes me aprisionan.
Quiero salir, huir, escaparme. ¿De mí mismo? Muchas veces
sí, es una huida hacia delante. Huyo de mis sombras, de mis propios temores.
Huyo de mi propio yo con el que tengo que convivir y compartir la vida.
En medio de la noche de mi
vida se me invita a alegrarme y confiar. Porque
el Señor está conmigo y me sostiene, me sosiega. Rezo:
“El
Señor es mi pastor, nada me falta. Por
prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y
conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre.
Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu
vara y tu cayado, ellos me sosiegan”.
Quieren que me alegre cuando
no veo motivos de alegría. No hay brotes verdes que me hablen de esperanza.
Sólo la noche, la soledad, las calles vacías, los colegios sin niños, los
locales cerrados.
Nadie caminando por los
parques. No hay coches, ni prisas. Y me piden que me alegre porque estoy
llamado a ser luz:
“Porque
en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como
hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y
verdad”.
No quiero que la tiniebla de
la desesperanza me abrume y hunda en la tristeza. No lo quiero. Mi vida es
mucho más grande. Es más plena.
Estoy llamado a vivir
con alegría este tiempo de oscuridad, de noche, de desvelo. ¿Qué puede
hacer mi alma con tantas incertidumbres?
La
vida es muy larga, me repito, es eterna. Y como desde lo alto de un monte
vislumbro un nuevo amanecer. Seguro que seré distinto cuando pase la noche.
Al menos no quiero seguir
igual que antes, esa es mi tentación. Quiero
que algo haya cambiado. Mis prioridades, mis elecciones, mis gustos, mis deseos.
Quiero que mi corazón sea
más grande. Y mi pasión por la vida más poderosa. Quiero vivir de forma más
solidaria. Entender que los que importan son los que se quedan conmigo cuando
la noche viene y sólo me queda vivir recluido.
Los que permanecen a mi lado
cuando se apagan los focos de la fiesta. Los que no me abandonan cuando soy
contagioso y puedo complicar la vida a los demás.
Por un momento compruebo
que valgo por lo que soy y no tanto por lo que hago, por lo que tengo. Porque no puedo hacer
lo que sé hacer y todos los planes de mi agenda caen de golpe
abismándome en el vacío.
No hago nada. O mejor, no
tengo nada que hacer. Y mi alma se siente incómoda,
tan acostumbrada a producir, a gustar, a lograr, a conseguir.
Una soledad recluida, una
vida sin esperanza. ¿Cuándo acabará todo esto? ¿Cuándo empezará realmente? No
lo sé. No hay fechas. No puedo decidir yo el día.
No tengo el poder de abrir
las puertas que dan a la calle. Surge el miedo y la angustia. Sobreviviré en
medio de tantas vicisitudes. Una canción del Dúo dinámico, Resistiré, me da esperanza, es un rayo de
luz, un grito de alegría:
“Cuando
pierda todas las partidas, Cuando duerma con la soledad, Cuando se me cierren
las salidas, y la noche no me deje en paz. Cuando sienta miedo del silencio.
Cuando cueste mantenerme en pie. Resistiré, erguido frente a todo. Me volveré
de hierro para endurecer la piel. Y aunque los vientos de la vida soplen
fuerte. Soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie. Resistiré,
para seguir viviendo. Soportaré los golpes y jamás me rendiré. Y aunque los
sueños se me rompan en pedazos. Resistiré. Cuando el mundo pierda toda magia.
Cuando mi enemigo sea yo. Cuando me apuñale la nostalgia. Y no reconozca ni mi
voz. Cuando me amenace la locura”.
En tiempos de noche, cuando
los sueños se rompen, me levantaré para seguir luchando, confiando. En medio de mi
soledad miro hacia delante, hacia los lados.
Algo habré aprendido. Al
final del túnel hay una luz que da esperanza y alegría. Algo habrá cambiado.
Mi corazón en la Pascua
tendrá otros colores, otra luz. Veré con otros ojos, tendré otra mirada y otros
sueños. No seré el mismo cuando me
levante de mi lecho. No seré el mismo, Dios me habrá cambiado cuando salga. Lo
sé, estoy seguro.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia