“Y la gente se quedó en casa y leyó libros y escuchó …
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| Di Mala Iryna - Shutterstock |
Y cuando el peligro terminó y la gente se encontró
de nuevo lloraron por los muertos y tomaron nuevas decisiones y soñaron nuevas
visiones y crearon nuevas formas de vida y sanaron la tierra completamente tal
y como ellos fueron curados”
El
tiempo se detiene sin previo aviso. Caen los horarios, las prisas, las tareas
pendientes, las urgencias, los planes trazados. Los aviones aparcados en el aeropuerto
llenos de sueños que no despegan. Los parques vacíos.
¿Cómo se puede detener todo
de repente? Un poema de K.
O´Meara sobre la epidemia de peste en 1800 me conmueve:
“Y la
gente se quedó en casa
y leyó libros y escuchó
y descansó y se ejercitó
e hizo arte y jugó.
y leyó libros y escuchó
y descansó y se ejercitó
e hizo arte y jugó.
Y aprendió nuevas formas
de ser,
y se detuvo
y escuchó más profundamente.
y se detuvo
y escuchó más profundamente.
Alguno
meditaba,
alguno rezaba,
alguno bailaba,
alguno se encontró con su propia sombra.
alguno rezaba,
alguno bailaba,
alguno se encontró con su propia sombra.
Y la
gente empezó a pensar de forma diferente.
Y la gente se curó.
Y en ausencia de personas que viven de manera ignorante,
peligrosos, sin sentido y sin corazón,
incluso la tierra comenzó a sanar.
Y la gente se curó.
Y en ausencia de personas que viven de manera ignorante,
peligrosos, sin sentido y sin corazón,
incluso la tierra comenzó a sanar.
Y
cuando el peligro terminó
y la gente se encontró de nuevo
lloraron por los muertos
y tomaron nuevas decisiones
y soñaron nuevas visiones
y crearon nuevas formas de vida
y sanaron la tierra completamente
tal y como ellos fueron curados”.
y la gente se encontró de nuevo
lloraron por los muertos
y tomaron nuevas decisiones
y soñaron nuevas visiones
y crearon nuevas formas de vida
y sanaron la tierra completamente
tal y como ellos fueron curados”.
Cuando todo
terminó sanó la tierra completamente. Me impresiona. Cuando todo termine. Ahora
me cuesta ver el final del túnel. Pero la luz brilla en mi corazón.
Una persona comenta: “No te tomes demasiado en serio”. ¿Que
no tome en cuenta mis emociones, mis miedos, mis ansiedades? ¿Que finja que
tengo las respuestas y las razones? ¿Que diga que tengo la receta para
vivir tiempos de guerra?
Me resulta difícil. Quizás
no se toma muy en serio la vida quien sólo espera que acabe esta cuarentena
para seguir como antes. O quien en medio del dolor está pensando en sus dolores
de siempre.
Tal vez no tomarme en serio
es bueno cuando pierdo la perspectiva de las cosas. Cuando creo que mi problema
pequeño es más importante que los que viven muchos en estos días. Cuando pienso
sólo en mí, en lo mío.
No busco recetas, ni
soluciones fáciles. Ni que me digan que simplemente confíe. Creo que las
mejores respuestas en la vida las encuentro en un mar de dudas.
Y los mejores caminos son
los que están llenos de bosque. Y los mejores atardeceres son los que contemplo
desde mi ventana.
Porque esto
que ahora vivo es lo mejor que me puede ocurrir. Sin pretender tener recetas para
vivirlo mejor. Sin fingir que entiendo el por qué de todo. Y que sé hacia dónde
vuelan todos los aviones aparcados en el aeropuerto.
A lo
mejor Dios quiere que ahora detenga mis pasos para contemplar mi día y dar
gracias.
Por lo que tengo, por lo que hay.
Que me alegre de un avión
que no alza un vuelo, aunque me duela el alma. Y sonría con mis árboles llenos
de luz vespertina.
Me gustan las respuestas
incompletas. Me alegran las preguntas nuevas que brotan como hierba verde en
medio del desierto. Me gusta vivir el hoy. Tan solo eso, sin prisas, con
paciencia infinita, con sonrisa verdadera.
No me tomo en serio, no me
angustio, no dejo de sonreír, aunque muchos no sonrían.
Corro por
los pasillos de mi casa buscando vida. Escribo en mi cuaderno mis poesías, sin soñar
con que alguien un día las rescate para dar esperanza a muchos. No lo pretendo.
Las palabras dibujan luces
en medio de la noche. Vivo el ahora. No poseo el mañana. Y mi hoy está lleno de
pausas y silencios. De miedos contenidos. Como me escribía una persona:
“No
se escuchan las palabras, o se oyen las pisadas, todo permanece en calma”.
En
medio de esa paz forzada yo creo. Confío en medio de una enfermedad que sigue
amenazando. Sin
encontrarle el sentido.
Sólo entiendo una cosa: el
hoy me da paz.
El hoy es una puesta de sol
ante mi ventana. Los gritos y risas de mis hijos. El ladrido de un perro
soñando la calle. La comida familiar, una tras otra. La ausencia de planes.
Los horarios inventados para
crearme una nueva rutina. El propósito de no ver demasiadas noticias. Sólo las
que me muestran brotes verdes.
Las misas a través de una
pantalla. El canto que escucho por las redes. Un poema que me llena de
esperanza. Y ese Dios que habita en medio de mi noche, de mi día, de mi paz, de
mi inquietud, de mi miedo, de mis risas.
Y decido tomarme en serio.
Porque Dios lo hace conmigo. Y decido dejar de preocuparme por cosas pequeñas. ¿Habré
aprendido una nueva sabiduría para enfrentar la vida?
Sólo espero que no se me
olvide. Que le dé valor a lo que lo tiene y se lo quite a esas cosas que a
veces me angustian. En esos momentos es cierto, no
debería tomarme tan en serio.
Y mientras tanto, sonreír,
tener paciencia, bailar, escribir, guardar silencio, reír, caminar por donde
pueda. Y esperar, no tanto a que todo pase, sino a
que ese Dios que vive dentro de mí venga cada tarde a visitarme. Me llene de luz
y de vida. Sostenga
mis pasos temblorosos. Me haga sonreír. Y me diga que algo estamos construyendo.
Como dice una canción de
Lucía Gil (de la Oreja de Van Gogh): ese puente entre los dos que antes estaba
roto y ahora separado por una pantalla. Pero el mundo, eso espero, será mejor
cuando todo pase:
“Y después de pasar la
cuarentena,
habremos hecho un puente que unirá.
Mi puerta al empezar la primavera,
y la tuya que el verano me traerá.
habremos hecho un puente que unirá.
Mi puerta al empezar la primavera,
y la tuya que el verano me traerá.
Al vernos desde lejos tan unidos,
empujando al mismo sitio,
sólo queda un poco más.
empujando al mismo sitio,
sólo queda un poco más.
Volveremos a juntarnos,
volveremos a brindar,
un café queda pendiente en nuestro bar.
volveremos a brindar,
un café queda pendiente en nuestro bar.
Romperemos ese metro de distancia entre tú
y yo,
ya no habrá una pantalla entre los dos”.
ya no habrá una pantalla entre los dos”.
No
dejo de tomarme en serio. Así lo hace Dios conmigo. Él se conmueve con mi dolor
y llora conmigo. No me dice que me calme y no me agobie. Calla a mi lado,
velando mi cama enferma.
Y me
sostiene con una fuerza interior que no viene de mí, sino de muy dentro. De un
espacio sagrado que hay en mi alma y que me lleva hacia lo alto. Más alto de lo que cualquier avión parado en el
aeropuerto podría algún día llevarme.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






