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Al preguntarnos si es posible perdonarlo todo nos
surgen varias reflexiones y comentarios. “Perdónanos nuestras ofensas como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: ¡está claro! Al mandarnos rezar
así, el Señor nos da la obligación de perdonar siempre a quienes nos causan
mal. Si eso nos parece imposible, dadas las circunstancias terribles en las que
nos hayan herido –en un pasado lejano o próximo–, sabemos que el Señor nos da
siempre la gracia de cumplir sus mandamientos, incluso cuando la ejecución nos
parezca verdaderamente utópica.
Perdonar en la esperanza de una reconciliación más allá de la muerte
Únicamente podemos perdonar de verdad a una persona
que nos pide perdón por el mal que ha hecho. Si no lo hace, sólo podemos
perdonarla desde la esperanza de que solicite algún día ese perdón, porque el
perdón sólo es auténtico si deseamos reconciliarnos totalmente, más tarde, con
nuestro ofensor, si esperamos poder darle cuanto antes el beso de la paz.
Y cuando la reconciliación parece verdaderamente
imposible en la tierra –debido a la violencia de la herida o de la ruptura–,
solo podemos perdonar con la esperanza de una reconciliación más allá de la
muerte, la esperanza de que “el otro” pedirá eternamente
perdón por habernos “estropeado la vida” y que será entonces un ser “totalmente
distinto”. Cuando falta esta esperanza, perdonar sin que el otro lo pida es
algo del todo imposible. ¡Pero nada es imposible para Dios!
Aprender a
respetar el recorrido personal de cada uno
Ni que decir tiene que es mucho más fácil
perdonar cuando hemos pasado nosotros mismos por la maravillosa experiencia de
ser perdonados.
De ahí la importancia de enseñar a los niños a
pedir perdón por sus desobediencias, su testarudez, para que, al disfrutar
desde muy pequeños esta alegría de ser perdonados, no duden en pedir perdón más
adelante si alguna vez cometen una travesura grande.
¡Cuántos adultos confiesan que, en su juventud,
aceptaban las “disculpas”, pero nunca se les había enseñado a reconocer
realmente sus faltas!
Por último, ante personas que han sido terriblemente
humilladas, hay que evitar recurrir a ejemplos de perdón que puedan parecer
“heroicos” al común de los mortales pero que a ellos les parecerá –y con razón–
infinitamente más sencillos que el que ellos deberán conceder un día.
Entonces, respetemos el recorrido personal de cada
uno. No culpabilicemos a personas que necesiten mucho tiempo para madurar en su
corazón el difícil y maravilloso perdón que algún día serán capaces de otorgar.
Abad Pierre Descouvemont
Fuente: Edifa