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«Cuando arrestaron a Juan, Jesús
se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios: – Se ha cumplido el
plazo, está cerca el reino de Dios: – convertíos y creed en el Evangelio».
Me pide el Señor que me convierta
y crea en el Evangelio. Me lo pide mientras la ceniza de esta cuaresma me
recuerda que estoy hecho de cielo, soy una obra de su amor.
Soy tan pequeño y frágil… Él me
sostiene. Sólo quiere que cambie mi forma de pensar, de mirar, de vivir,
de amar.
Parece tan sencillo pero me
resulta imposible. ¿Cómo voy a lograrlo si me siento tan débil?
Cuaresma: Cambiar por dentro
Necesito cambiar tantas cosas en
mí que me anclan en la tierra, en el pasado. No me olvido de lo que estoy
hecho. Soy de Dios, soy suyo. Comenta el papa Francisco esta Cuaresma:
«El ayuno, la oración y la
limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las
condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la
privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la
limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar
una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante».
Son los tres pilares que me
da Dios en esta cuaresma para convertirme. Tres formas de vivir una vida
nueva. Son una oportunidad para cambiar por dentro.
Amor al herido
Porque si cambio mi mirada
sobre el que sufre estaré cambiando mi actitud ante el que me necesita. Dejaré
de verlo como un problema, como un estorbo, como un rival, como un enemigo.
Dejaré de mirar a mi hermano con recelo.
¡Cuánto cuesta cambiar esta
mirada! La limosna es el cambio del corazón. Es la transformación más honda que
espero en este tiempo.
Necesito cambiar mi actitud
interior para que en esta Cuaresma algo pueda cambiar en mí. Miro a mi
prójimo con los ojos de Jesús. Eso es lo que deseo, un cambio radical.
Privación
En esta Cuaresma me hago
pobre, me vacío de bienes, dejo de pensar en comprar, en consumir. Dejo de
mirar lo que aún me falta.
Siempre me puede faltar algo, soy
un necesitado. Y esa sensación de pobreza me hace bien.
Cuando no todo lo tengo a mano,
no poseo todo lo que me vendría bien, no todas mis necesidades básicas están
cubiertas. Cuando paso hambre, tengo sed o sufro el frío. Esa experiencia
es sanadora.
Me vuelvo más dependiente de Dios
al vaciarme de mis posesiones. No sólo de pan vive el hombre, lo recuerdo,
pero yo lo olvido creyendo que sí, que si lo poseo todo, si tengo lo que necesito,
sí seré capaz de vivir con paz y contento.
Experimentar el vacío, la falta,
la ausencia, la pérdida, me hace bien. Porque así me siento más niño
dependiente de Dios. En mi pequeñez Él me salva.
¿A qué cosas estoy dispuesto a
renunciar en esta Cuaresma por amor a Él? Tengo muy claro que puedo vivir con
poco. En este tiempo de carencias renuncio por amor.
Es más fácil renunciar cuando
amo. Renunciar por la persona amada. Negarme a mí mismo y mis deseos para
que el otro tenga más. Para que sea feliz, para que sea pleno.
Renunciar es parte de la vida. El
que renuncia es capaz de dar su vida por amor. Eso es lo que me salva. La
Cuaresma me regala la oportunidad de crecer en la renuncia por amor.
Diálogo con Dios
Al mismo tiempo es una
oportunidad para crecer en la intimidad con Dios. Más oración.
Digo que rezo pero luego me
cuesta tanto esfuerzo quedarme en silencio ante el Señor… En seguida busco
distracciones. Y el pensamiento sigue sus propios caminos.
Y pierdo la paz pensando solo en
todo aquello que me inquieta y preocupa, angustiado por mis miedos.
La Cuaresma es un tiempo de Dios, un
tiempo santo, un Kairos en el cual recibo gracias especiales para intimar
más con Jesús en medio de mi desierto.
Me acerco a Él que camina rumbo a
su pasión y quiero sostenerlo. Me quedo como María al pie de su cruz. Rezo
en silencio, en alto, cantando, caminando. Rezo a su lado y dejo que su
voz calme mi alma y me dé la paz.
No busco ningún fruto en mis
ratos de oración. Sólo quiero estar con Él, adentrándome en mi alma y dejando
que Él viva dentro de mí para siempre.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia