El poder del
amor me salva, me sana por dentro, me alegra y capacita para enfrentar los más
duros momentos de la vida
![]() |
| KieferPix | Shutterstock |
Sé que lo que me han hecho me influye a la hora de enfrentar el
futuro. Aumenta la confianza o despierta el miedo. Y lo que he hecho también
tiene su peso en mi forma de enfrentar nuevas decisiones.
Todo, las acciones y las omisiones, los logros y las carencias,
influyen en mi vida, impactan en la vida de las personas que me rodean. Decía
Jean Paul Sartre:
«Libertad es
lo que uno hace con lo que le han hecho».
Soy
más libre cuando sé qué hacer con aquello que he recibido como parte de mi
pasado. Me pesa, me duele, lo guardo con rencor, lo acaricio con dolor.
El pasado y lo que me han hecho, lo
que he sufrido, tiene un peso inmenso en mi alma. Eso no
lo puedo cambiar.
Porque los días pasados no vuelven. Ni se presenta ante mí esa
misma oportunidad que un día tuve de elegir, de amar o dejar pasar, de odiar o
hacer el bien.
Pasó esa hora, ese minuto exacto. Pasó el momento que me dio Dios
para cambiar mi historia. Y ahora entonces sólo me queda el presente que toco con
manos temblorosas y frágiles.
Puedo volver a amar después de haber
sido herido, volver a hacer daño después de haber sido perdonado, y volver
a fallar después de haber prometido que nunca de nuevo
volvería a suceder.
Pero sucede, porque yo lo elijo y mi promesa cae al vacío del olvido. Puedo
ser libre eligiendo lo que quiero vivir y hacer. Puedo elegir amar cuando no he
recibido amor. Y puedo dejar de hacerlo al dolerme tanto la herida del desamor.
De mí depende.
El amor me hace capaz de afrontar lo que sea
Sé
que cuando
soy valorado, querido, amado, respetado, enaltecido, el poder de ese amor me
salva, me sana por dentro, me alegra y capacita para
enfrentar los más duros momentos de la vida.
El amor sana el alma y el cuerpo. El amor me ayuda a vencer una
enfermedad de muerte. Y logra sacarme de la depresión que
me amenaza con hacerme perder el rumbo.
El amor que espera a la puerta de un campo de concentración es el
acicate que levanta el ánimo de los presos durante la segunda guerra mundial en
Alemania. Porque si alguien espera mi regreso merece la pena sobrevivir para
llegar a verlo.
Las palabras de Nietzsche son muy claras:
«El que
tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo«.
Por eso explica Viktor Frankl:
«Siempre que
se presentaba la menor oportunidad, era preciso infundirles un porqué, un
objetivo, una meta a sus vidas, con el fin de endurecerles para soportar el
terrible cómo de su existencia«.
Un día tras otro
Y
normalmente el
motivo de mi existencia es el amor. Ese amor que doy y ese
amor que recibo.
El desprecio, la indiferencia, o el olvido abren una herida
profunda en el alma. Tengo claro que no saberme amado me hiere y enferma por
dentro. Pierdo la fortaleza y no sé enfrentar los problemas.
El amor se juega en presente. No necesito que todos me quieran. Que
el mundo me quiera. La admiración no siempre va unida al amor.
Sin admiración no hay amor, eso está claro. Pero no necesariamente
amo a quien admiro. Hay personas cuya vida me parece admirable, pero no las
amo. Las admiro de lejos.
La admiración que desemboca en el amor es la que sucede en las
cortas distancias. Admirar al que veo de cerca no es tan sencillo. Porque
de cerca no sólo aprecio lo bello, también resalta lo vulgar, lo feo, lo menos
noble de la persona amada. Y puedo, con el paso del tiempo, dejar de admirarlo.
La admiración es algo mágico. Admiro lo que no poseo, lo que es
distinto a lo que yo tengo, lo que es noble porque brilla.
El problema del amor hecho rutina es
que la vida se juega en lo cotidiano. Y ahí quizás hay más
razones para la condena y el desprecio que para la admiración.
El peligro entonces es que al faltar la admiración deje de amar. Y
comienzan así el desprecio y la indiferencia a apoderarse de mi alma.
Libre para amar
El amor es la raíz de mi vida. Es lo que
me levanta cada mañana y me lleva a luchar. El amor matrimonial, el filial. El
amor a un padre o a una madre. El de un amigo, o de un hermano. Ese amor que
doy y recibo de forma incondicional.
Doy gracias a Dios por poder palpar ese amor en mi vida. Por los
amores concretos que me levantan. El amor sana siempre el alma.
Soy libre para actuar siempre desde el amor que guardo en mi
corazón. En lugar de quedarme atado a rencores y desprecios sufridos.
Soy dueño de mi historia, no esclavo de mis propias heridas que
manejan a su antojo mi estado de ánimo. Esa libertad para elegir cómo vivo el
ahora es lo que marca mi camino.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






