¿No quieres hacer nada? ¿Cansancio mezclado con profunda tristeza? Tal vez sea "desgana", un estado espiritual que puede afectar a todo cristiano. Consejos de tres grandes monjes que la vivieron y superaron
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La desgana, un extraño estado de
espíritu, una especie de tristeza y melancolía golpeó a los primeros
monjes cristianos, aquellos que eligieron refugiarse en el desierto para vivir
más intensamente, en soledad o en pequeñas comunidades, su ideal de perfección
espiritual.
Esos hombres a veces padecían un
desaliento que los dejaba preocupados, insatisfechos, tristes y cansados. El
mal es, por lo tanto, aquello que hoy conocemos como ansiedad y depresión.
El «demonio» de la desgana
Este mal podía, entonces, asumir
diferentes formas: irritación con los hermanos y la vida monástica, falta de
concentración en la lectura y la oración, gran cansancio, hambre y sueño
repentino, deseo de novedades, deseo incontrolable de estar en otro lugar. El
«demonio de la desgana, también llamado demonio de mediodía, es el más pesado
de todos los demonios», advertía Evagrio Pôntico, un monje del siglo IV que vivía
en el desierto egipcio. Explicó:
De hecho, la desgana es una
especie de sopor que paraliza la fe y debe combatirse. Sí, pero
¿cómo? Algunas ideas vienen de estos tres grandes monjes que lucharon
contra la acedía:
1. SAN ANTONIO, EL GRANDE
Ascético y embriagado de Dios,
como muchos anacoretas de los primeros siglos del cristianismo, san Antonio, el
Grande, se retiró al desierto para encontrar en el silencio y la soledad las
condiciones ideales de unión con Dios. Así como Cristo, fue en el desierto que
puso a prueba su fe. A pesar de la sensación de agotamiento psíquico, aún
desde la locura que lo afligía, decidió resistir las visiones impuestas por
Satanás: “Vi todas las redes del diablo instaladas en la tierra”.
Este último se esfuerza por distraerlo
de sus oraciones, instándolo a renunciar en espíritu al ayuno al que está
obligado y, en un sueño, a revolcarse en la glotonería … Entonces comprende que
el ascetismo nunca debe considerarse un fin en sí mismo. La salvación viene de
Dios. Como él explica, dando este valioso consejo:
“Guarda lo que te mando: a donde
quiera que vayas, ten siempre a Dios frente a tus ojos; hagas lo que hagas, ten
el testimonio de las Sagradas Escrituras; y donde quiera que estés, no te
muevas fácilmente. Guarda estas tres cosas y estarás a salvo».
2. SAN PEDRO DAMIÁN
El monje ermitaño Pedro Damián se
dedicó desde muy joven a la oración, al ascetismo y al estudio de las Sagradas
Escrituras, así como a la contemplación y la predicación.
En sus numerosas obras que lo
volvieron doctor de la Iglesia, san Pedro Damián insiste en ciertas
manifestaciones del mal. Sorprendido por la somnolencia durante la lectura,
describe este «inevitable peso de los párpados al que ni siquiera un santo de
gran temperamento puede resistir». Para él, el remedio se encuentra
en la caridad que lleva a la verdadera alegría:
“¡Que la esperanza te conduzca a
la alegría! ¡Que la caridad despierte tu entusiasmo! y que en esta embriaguez
tu alma se olvide que está sufriendo, para florecer caminando hacia lo que hay
dentro de ti”.
3. SAN ROMUALDO
San Romualdo de Ravenna admitió
sufrir desgana. El mal se manifestó en él particularmente durante el
aprendizaje mecánico de los Salmos. Ante la rebelión del cuerpo por las
limitaciones de la vida monástica a la que estaba sometido, repitió que no era
necesario ceder, sino, por el contrario, aumentar las vigilias, oraciones y
ayunos.
Para él, el monje trabajador debe recordar que no hay descanso sino descanso eterno. Dado que las horas de la mañana son cuando ocurre con mayor frecuencia la desgana, deben estar ocupadas con la oración.
Marzena
Wilkanowicz-Devoud
Fuente: Aleteia






