La vida de Fabrizio pende de un hilo. Tras la operación, su esposa reza y lo unge con aceite de la Santa Casa de Loreto... "Esa noche María Santísima vino a mi cama. (...) no solo me salvó de la muerte, sino que quería que la viera"
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En el
último número de la publicación Il Messaggio della Santa Casa
di Loreto hay un hermoso testimonio firmado por un
matrimonio, Fabrizio y Maria Rita Musino. En él, el esposo cuenta la dramática
historia de su enfermedad, en cuyo momento más crítico intervino el poder
salvador de María.
Es el 13 de junio de 2019 cuando Fabrizio, músico, estando solo en
la casa de su madre, siente un violento dolor en la cabeza.
Apenas tiene tiempo de avisar por teléfono a su esposa, médico,
antes de entrar en un estado semicomatoso.
Maria Rita, que llega inmediatamente, se da cuenta de que se
enfrenta a un infarto cerebral grave.
Llama a urgencias y lleva a Fabrizio, con la ayuda de una
ambulancia, al servicio de neurocirugía del Policlínico Gemelli de Roma.
Se realiza una intervención de urgencia para detener el sangrado
en curso y drenar la sangre derramada que, de permanecer en el interior del
cráneo, podía ocasionar graves daños neurológicos.
El paciente, cuya vida corre un gran peligro, vuelve al contacto
con el mundo después de tres días en la unidad de cuidados intensivos.
Tiene un dolor severo en el cuello, que siente extremadamente
rígido, náuseas y vómitos, pero afortunadamente puede mover brazos y piernas.
Desafortunadamente, se produjo una infección urinaria
debido a la sonda, que se complicó con septicemia: la fiebre es
muy alta y no cede a la terapia con antibióticos y antipiréticos.
Recuerdo esa
tarde que quise rezar. Junto a mi esposa, que solo pudo entrar a la habitación
por unos minutos, con mil precauciones y vistiendo una bata desechable. Rezamos
un Ave María, y entre las lágrimas de ambos intercambiamos nuestros votos
matrimoniales … «en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad hasta
que la muerte nos separe». Entonces mi esposa ungió mi frente con el aceite de
la Santa Casa de Loreto, recitando las oraciones oportunas al Señor, me dio un
beso y se fue.
Fabrizio tiene miedo de afrontar la
noche en esas difíciles condiciones, pero en cierto momento siente que ya no está
solo.
Esa noche, la
gran Madre de Dios, María Santísima, se acercó a mi lecho. No estaba durmiendo,
estoy seguro, no soy adicto a las drogas y no tomaba drogas que pudieran
hacerme alucinar. De repente tuve la intuición de poder percibir lo
Trascendente. La distancia que nos separa de lo que está fuera
de la realidad objetiva es mínima. Lo que está fuera de nuestra experiencia
sensible está realmente en la habitación contigua. Recuerdo que sentí una
gran paz y un fuerte sentimiento de amor, esa paz, ese amor, esa armonía que se
respira en un ambiente familiar.
Es en este momento cuando Fabricio ve aparecer a la Virgen, con un
vestido majestuoso y la gracia de su figura, sosteniendo al Niño Jesús en sus
brazos, que llega
a los pies de su cama y le sonríe sin decir nada.
Llevaba la
dalmática como en la iconografía de la Virgen de Loreto, y estaba cubierta por
un velo negro, que sin embargo revelaba el brillo de las gemas del vestido, su
bello rostro lleno de gracia.
Instantáneamente todo el dolor cesa: el paciente
permanece mudo, impregnado sólo de una sensación de bienestar y serenidad que
le hacen hundirse en un sueño reparador, «como un niño en
los brazos de su Madre».
En los días siguientes, los medicamentos eliminan la infección y
comienza el proceso de curación.
Fabrizio hoy reflexiona sobre cuántas personas, consagradas y
laicas, han rezado por él: en Loreto donde han sido peregrinos con su esposa
muchas veces, en Italia y en todo el mundo donde conoce a numerosos músicos y
maestros.
Fue la fuerza de esa oración unánime
lo que hizo que la Virgen acudiera en su rescate.
Se creó una
verdadera cadena de oración, una voz unánime que, creo, llegó al cielo, y fue
tan fuerte, poderosa, tan sentida, que muy probablemente conmovió a la
Santísima Virgen, que no solo me salvó de la muerte, sino que quería que la viera.
Esta extraordinaria experiencia de renacimiento físico y espiritual ha
cambiado por completo la perspectiva con la que Fabrizio vive y afronta la
existencia.
Hoy me siento
verdaderamente una persona nueva, renacida en Cristo Jesús. Habiendo visto la
muerte de cerca, pero sobre todo habiendo comprendido lo que nos espera en la
eternidad después de esta existencia, todo adquiere un valor relativo. Se nos
ha dado una vida
terrena y es nuestro deber vivirla de la mejor manera posible,
es decir, como una alabanza al Padre Todopoderoso, tratando de poner en práctica
las enseñanzas del Santo Evangelio todos los días, siempre
volviendo la mirada a la patria celestial donde nos espera nuestra Madre en la
comunión de los santos.
(Ibídem)
Silvia Lucchetti
Fuente: Aleteia