Dios viene a mí para abrazarme y hacerme sentir su hijo especial, y me lanza al mundo diciéndome que puedo lograrlo todo porque Él no me va a dejar solo nunca
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El
bautismo es el sacramento por el
que entro
en la Iglesia, experimento el amor de Dios en
mi vida y siento su presencia en mi alma.
Por el bautismo me hago hermano en esta Iglesia de Dios. Recibo el agua y
el Espíritu,
soy ungido con el óleo divino.
Pienso
en el mismo Jesús que también fue ungido:
«Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
Lleno del Espíritu Santo pudo hacer
milagros y liberar a los enfermos. Sanar a
los caídos y alegrar a
los tristes.
Es lo que provoca el Espíritu Santo en mi
corazón. Me abre a la vida, me llena de esperanza, rompe las amarguras y las
tristezas.
Poderoso Espíritu Santo
El Espíritu Santo es Dios que viene a mí para abrazarme y hacerme sentir
su hijo especial, su hijo más amado.
Y me lanza al mundo diciéndome que puedo lograrlo todo porque Él no
me va a dejar solo nunca. Entonces las palabras del
profeta cobran nueva fuerza en mi corazón:
«Mirad a mi
Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi
espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por
las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará.
Manifestará la
justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la
justicia en el país.
Yo, el Señor, te he llamado en
mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y
luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los
cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».
Agua y fuego que dan paz
El bautismo me fortalece para todo lo
que yo con mis pocas fuerzas no puedo hacer. Es la fuerza de su fuego la que me
sostiene. Recibo el agua que me sana por dentro.
Necesito el Espíritu Santo para que
fluya Dios en mi corazón. Necesito su paz para pacificar mis miedos y mis
luchas interiores.
Imploro ese Espíritu Santo que hoy escucho que viene sobre mí. Y me enviará
Dios en su fuerza, en el poder de su Palabra. Como su hijo
amado.
Jesús
necesitó recibir el Espíritu Santo en plenitud ese día en el Jordán. Para
iniciar un nuevo camino y saber por dónde tenía que caminar.
Él no lo sabía todo. Iba buscando en su corazón los más leves
deseos de Dios.
Hacía silencio en esas noches en las que se retiraba
a orar, a hablar con su Padre. Y ahí, en el silencio el Espíritu llenaba su
alma de esperanza.
Me gusta el Espíritu que es agua, viento, brisa suave, paz sin
ruido, calma que aleja los miedos. Me apasiona ese Espíritu que es un fuego que
incendia mi corazón.
«Yo os bautizo con agua; pero
viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de
sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
El fuego acaba con las
impurezas. Y me muestra los caminos que puedo seguir, aquello que puedo hacer.
Un gran regalo: la libertad
No me fuerza a
seguir ciertas sendas. Ni me obliga a ser de una determinada manera. No me
encarcela en la rigidez de un molde.
Me regala libertad de espíritu para
elegir caminos nuevos. Y me da la vida para florecer en medio del desierto.
Me da el agua que calme mi sed
de infinito. Me llena de luz para que venza las oscuridades.
No sé qué me impide vivir abierto al Espíritu. Me
limito, me enfrío, me endurezco y no dejo que fluya la vida desde mi interior.
Deseo recibir el Espíritu Santo
una y mil veces. Lograr que sane mi alma con su presencia.
Tentaciones vs. soluciones del
Espíritu Santo
Creo que mis mayores
tentaciones para vivir en libertad son tres:
La primera es el miedo
al futuro, a fracasar, a perder. El miedo me paraliza y el Espíritu lo vence
haciéndome pensar que todo lo puede Dios en mí. Si Él está conmigo,
¿qué me puede faltar, qué me puede pasar?
El segundo es el frío.
Se me mete en el alma y no me deja creer, confiar, sentir. El frío me aleja de
Dios y de los hombres. El Espíritu llega con su fuego y calienta
mi corazón. Enciende mi coraje, rompe el hielo del alma. Tal vez no siempre
haya sentimientos. Pero la fe en el poder de Dios me capacita para ir rompiendo
los fríos a mi paso.
Y por último
el tercer obstáculo son mi rigidez y mis esclavitudes. Las cadenas me
atan a una forma concreta de hacer las cosas. Me asustan las novedades, no
asumo los riesgos. No quiero cambiar nada de lo que hago. Quiero que todo siga
como es ahora. No me reinvento, no me recreo, no dejo que Dios lo haga. El Espíritu
introduce en mi corazón un deseo muy grande de novedad. Quiero
innovar y entregarme, romper lo rígido, lo duro en mí, las cadenas que me
esclavizan.
También quiero la libertad de
los pájaros que emprenden su vuelo lejos de sus noches. Quiero tener
un alma llena de paz y esperanza.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia