Hay una clave tan sencilla como eficaz, la revela el Padre de Schoenstatt español afincado en México Carlos Padilla
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Thomas Andre Fure | Shutterstock |
Tengo
en el alma dormido el deseo de vivir más en plenitud.Pero siento que vivo
respondiendo a las expectativas y requerimientos de los demás. Eso me hace
vulnerable al fracaso.
Me gustaría tener la libertad de los niños
para decir que sí y que no sin medir tanto las consecuencias.
Vivo obsesionado por mi fama, mi
bienestar, mi gloria. Es la vanidad del hombre que
deambula pidiendo milagros a diestro y siniestro.
Como si nada de lo que vivo fuera un don gratuito, un milagro al
que me acostumbro, como el hecho de ver nacer el sol.
¿Todo depende de mí?
Me llenan el alma de ilusiones aquellos que sueñan a lo grande.
Desconfío de aquellos que un día quisieron verter sobre mí duras exigencias.
Como si todo dependiera de mí y la felicidad consistiera en eso,
en cumplir para no fallar. Sólo hacer para no dejar sin hacer y responder para
no guardar silencio.
Los vientos que me acarician la piel me hablan de un mundo
nuevo que está por nacer. No dudo del mañana, no tengo
miedo ante la vida que es insegura, incierta.
Algo puede salir mal, eso siempre.
Pero no quiero vivir angustiado por tantas cosas que se escapan de mi control.
Paz en las dificultades
Me gustaría tener mucha paz en
el alma, pasear tranquilo por los caminos de la vida, perder el tiempo delante
de una taza de té.
Hablar de cualquier cosa que no parezca tan importante, sonreír
sin prisas, vivir sin agenda, abrazar el viento, no controlar nada de lo que
sucede.
Mantenerme firme en medio de la tormenta,
sin perder nunca el control. Hablar bajito, sin gritar en exceso.
Decir pocas cosas, sólo las importantes. Soñar con sueños grandes,
que me descolocan y me sacan de mi zona segura, donde me siento en casa.
Creerse insustituible, un peso que soltar
No me da miedo volar aunque sea muy lejos. Ni temo que al faltar
yo nada funcione correctamente.
Es el temor constante de sentirme
imprescindible, como si sólo yo pudiera hacer las cosas bien, de forma correcta.
No soy yo la única persona que puede hacer algo bien. Si yo
falto todo seguirá su curso. El recuerdo mantendrá viva mi
memoria, pero las cosas seguirán adelante, no soy insustituible.
Puede que no haga todo el bien posible, porque me
falten las fuerzas llegado el momento.
Y quizás quede por escalar esa cumbre tan alta, no me echaré en
cara mi pereza, mi desidia. Seguiré soñando en
alto, levantando los brazos al cielo.
Me gusta creer que las sombras de la noche desaparecen siempre
al nacer un nuevo día.
La clave de la serenidad
Necesito
crecer en humildad para
no tener miedo de las sombras. Por eso me gustan las palabras de Jesús
Villarroel:
«Creo que se
puede luchar y más serenamente desde la humildad sobre todo para que en
caso de derrota no se te rompa el alma, ni pierdas la fe sino
que sobre ella puedas encontrar una salida».
Mi fecha de caducidad,Jesús Villarroel
La humildad me da serenidad. Y el orgullo me
vuelve inseguro, cuando pretendo vencer en todas las batallas.
Nada me hace más daño que pensar que siempre voy a ganar el
siguiente partido. Y creer que nadie me podrá superar en ningún momento.
Me asusta la vanidad que veo dibujada en mis ojos después de una
victoria. Y esa fe ciega en mí mismo que me vuelve crítico y duro hacia los
demás.
Por eso las derrotas y las humillaciones no
me desagradan tanto. Me enseñan otro camino, uno
más rápido, que lleva al cielo.
Mientras que pensar que siempre saldré victorioso me acaba
enfermando en esa inseguridad que tiene la vida.
La inseguridad forma parte de esta
vida
Detrás de cada paso que doy surge una nueva duda. No me asustan
los que dicen que no es posible el camino que sigo. Ellos no lo recorren, soy
yo el que camino.
No me asustan las críticas movidas en
ocasiones por la envidia, que es tan poco sana.
No le tengo miedo a la vida cuando el vuelo se eleva por encima de
mis ojos y se pierde en el horizonte extenso.
No sé bien cuántas veces podré vivir sin seguridades,
¿toda la vida?
La sensación de soledad desaparece al
notar una presencia divina cerca de mis pasos. Y no le
tengo miedo entonces a nada, no camino ya solo.
Desaparece la angustia del pecho, como una bola que pesa cuando me
inquieto demasiado ante lo que viene.
Confío en el
abrazo de Dios a cada paso que doy, hacia la meta. Un día más o un día menos.
Todo depende.
Camino al ritmo de Dios y eso me llena
de paz. Mantengo un ritmo seguro, sin prisas.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia