Lola Pérez y Rosa Pich
comparten su experiencia como viudas jóvenes y con familia numerosa. ¿Cómo es
su nueva vida?
Rosa y Chema con su familia |
Las
lágrimas y las risas se alternaron durante la hora y media que duró la
conversación que mantuvimos con Rosa Pich y Lola Pérez, dos
mujeres que tienen mucho en común: numerosos hijos, una fe muy fuerte y un
apostolado muy activo por el matrimonio y la familia. Ambas enviudaron hace
pocos meses, y han sufrido lo indecible. Aquí nos cuentan cómo lo han vivido y
cómo lo van superando.
“Seguimos amando a nuestro
marido”
Han pasado trece meses de
la muerte de Rafa y diez meses de la de Chema. ¿Qué recordáis de esos momentos?
Rosa Pich: Chema fue muy
consciente de la gravedad de su enfermedad y sabía que era algo terminal.
Fuimos al hospital porque le dolía la espalda, y ya no salió de él. En el
hospital llamó a los niños y empezó a decirles: “Jesús es muy bueno y nos
quiere mucho. Primero se llevó con Él a vuestros hermanos Javi y Montsita,
después a Carmen, y ahora…”. Y no siguió. A los niños se les empezaron a caer
las lágrimas. Fue un momento muy especial. Recuerdo que un hijo mío dijo:
“Mamá, ¿quieres que vaya a buscar un cubo para recoger todo esto?”, y rompimos
a reír. Otro me dijo por la noche: “Mamá, ha sido el día más bonito de mi vida;
hemos llorado y reído a la vez”. A pesar del dolor, fue muy bonito.
Lola Pérez: Nosotros tuvimos
más tiempo para asimilar la gravedad de la enfermedad de Rafa, pero el día que
nos dieron el diagnóstico reunimos a los niños en casa. Ellos preguntaron:
“¿Vamos a tener otro hermano? ¿Vamos a cambiarnos de casa?”, porque eran
nuestros temas de entonces, pero él les contestó: “No. Algo mucho mejor: vamos
a tener un combate. Y para ese combate nos tenemos que poner la mejor
armadura: la oración”. Les contó lo que pasaba y los niños empezaron a llorar,
a preguntar, a enfadarse…, que son emociones normales. Hasta que uno de mis
hijos le dijo: “Bueno, papá, lo mejor es que no te vas a quedar calvo”, porque
mi marido ya era calvo. Y empezamos a reír y a abrazarnos. Fue un momento
superbonito, y esa unión de todos resultó clave para nosotros después.
Y vosotras, ¿cómo
vivisteis la despedida de vuestro marido, después de tantos años juntos?
RP: Es verdad que en
esos momentos del hospital tienes poco tiempo para pensar en ti misma. Yo lloré
mucho, pero enseguida pensé: tengo muchos niños conmigo y se merecen una
infancia feliz. No me podía hundir en un pozo, tenía que ponerme a nadar y
mirar adelante.
LP: El año previo a la
muerte de Rafa se hizo patente todo lo que habíamos vivido juntos los años
anteriores. Para mí fue un año de fe, de probar aquello en lo que creíamos Rafa
y yo: o te lo crees, o no te lo crees. Aprendí mucho de él, de su aceptación de
aquello que toca vivir, de su humildad. Parece que los hombres tienen la
obligación de mostrarse fuertes y tener todo controlado, pero en Rafa vi una
aceptación de la debilidad muy bonita. Me ayudó mucho ver ese interior.
La forma de vivir con
alegría la muerte de Rafa y de Chema ha llamado mucho la atención. ¿Cómo se
puede vivir así una situación tan dolorosa?
RP: La fe es un don, es
un regalo, y la gente que no la tiene quizás no lo pueda entender. Nacemos para
ir al Cielo; es una realidad. Nosotros hemos vivido la muerte de tres hijos, y
eso lo hemos superado gracias a la fe, vivida día a día. Algunos me han dicho:
“No sabes lo que ha alcanzado la muerte de tu marido; te enterarás en el
Cielo”.
¿Os ha llegado algún favor
especial tras la muerte de vuestros maridos?
LP: Sí. Rafa era muy
provida y daba muchas charlas sobre el matrimonio. Después de su muerte, varias
parejas que no podían tener hijos ya han podido concebir. Y me han dicho: “Esto
nos lo ha conseguido Rafa, se lo hemos pedido a él”. Otra cosa muy bonita es
que a nuestro grupo de oración venían varias personas solteras que no
encontraban novio o novia; bueno, pues en este año he asistido ya a ¡ocho
bodas! Para mí es una bonita señal, pero reconozco que todo esto es algo que me
abruma [risas].
¿De dónde os viene esa
fuerza que tenéis en este tiempo?
RP: De estar delante
del Santísimo, de rezar el Rosario todos los días, de la Misa diaria… Es lo que
a mí me ha funcionado. Y en los momentos de desánimo, coger la Cruz y
decir: “Señor, Tú puedes más, ayúdame”.
LP: Para mí, la clave es
amar y seguir amando. Que nuestro marido se haya ido no es una tragedia, es la
promesa cumplida: “Vais a estar conmigo en el Cielo”. Rafa ya está donde tiene
que estar. Tener muy presente la vida eterna te hace vivir el presente de
una manera distinta. También ayuda nuestra forma de vivir en familia, de
desdramatizar todo y vivir la vida con alegría: eso luego sale.
La familia de Lola y Rafa |
Esa forma de vivir la fe
alegre en medio del dolor también se reflejó en el tanatorio y en el funeral…
LP: A mí la gente me
decía: “¿Cómo llevas a tus hijos al tanatorio?”, y yo pensaba: “¡Pero cómo no
los voy a llevar!”. Ellos tenían que estar con su padre hasta el último
momento. Y luego estaban allí consolando a la gente, hablando y riendo con
todos. Ellos me han enseñado mucho también.
La relación con vuestro
marido, ¿cómo continúa hoy? Porque Rafa y Chema están vivos, en Dios…
LP: Bueno, yo he estado
muy enfadada con él [risas]. “Oye, me tienes que ayudar”, le digo hoy. A
mí me costó muchísimo no tenerle físicamente, mirarnos y cogernos de la mano,
pero es verdad que con el paso del tiempo he ido notando su presencia de otro
modo. Rafa está ahí, y sobre todo lo percibo cuando comulgo en Misa. No solo
viene el Señor, sino también la Iglesia de allá arriba: “Oye, estoy aquí”, le
noto. Está pendiente, ¡y más le vale! [risas].
RP: Nosotros casi no
tuvimos tiempo de despedirnos, porque todo fue muy rápido. Yo lo noto
cerca, pero es muy difícil… A veces no entiendes por qué te ha pasado esto,
pero toca vivir en la fe y mirar hacia delante. Dios no nos quiere aquí
llorando por las esquinas, sino que sigamos caminando, en mi caso muy arropada
por mis 15 hijos.
¿Os habéis enfadado con
Dios en algún momento?
LP: Yo sí. La primera
vez que fui a Misa después de la muerte de mi marido estuve a punto de darme la
vuelta. Estaba muy dolida, pero ha sido muy bonito el proceso de vuelta, de
reconocer su amor, de decirle: “Pero si Tú entregaste a tu propio Hijo…”. Me
ayudó mucho reconocer que no soy una superwoman ni una supersanta.
Volví dejándome hacer, dejándome amar.
RP: Yo creo que es muy
bueno que tus hijos vean esa debilidad, que se den cuenta de que somos personas
de carne y hueso y que las cosas nos afectan. Yo me encerré el otro día
en la habitación a llorar, y no pasa nada. Es bueno llorar.
¿Qué diríais a quienes estén
pasando un sufrimiento similar al vuestro?
RP: Que tenemos derecho
a estar enfadados y tristes, y a llorar… Pero tenemos que pedir a Dios que nos
ayude a entender que nos ama y que de este dolor va a sacar algo bueno.
LP: Yo les animaría
también a seguir amando a los demás, pero sin esconder su sufrimiento ni
taparlo. Y no tener miedo a pedir ayuda.
Vamos a mirar al futuro.
¿Cómo es la Rosa de hoy, la Lola de hoy? ¿Cuál es vuestra misión?
RP: La mía es estar con
mis hijos. He renunciado a algunas cosas solo para estar más tiempo con ellos,
y para poder abrir la puerta de casa por las tardes cuando llegan. Luego está
la misión de dar aliento a otras personas que lo están pasando muy mal, que se sienten
solas y acuden a mí para buscar ayuda.
LP: Mi misión es seguir
amando. Amar y querer lo que el Señor me ponga delante: en el servicio a
matrimonios y familias con dificultades en el COF, y, sobre todo, en mi
familia. Cuando murió Rafa percibí la tentación de despegarnos y de que cada
uno hiciera su vida, y por eso también he rechazado algún trabajo para poder
estar tiempo con mis hijos y vivir más para ellos.
Lola Pérez
Lola
Pérez es la mujer de Rafa Lozano, que murió el 5 de septiembre de 2016 tras
sufrir un cáncer de hígado. Lola y Rafa estuvieron casados durante 22 años y
tuvieron seis hijos. Rafa trabajó en RedMadre y en el Foro de la Familia. Ambos
dirigieron el Centro de Orientación Familiar Juan Pablo II, en Madrid, e
hicieron de su casa un lugar de oración y acogida en el que muchas personas han
sanado sus heridas.
Rosa Pich-Aguilera
Rosa
Pich-Aguilera es la mujer de Chema Postigo, que falleció el 6 de marzo de un
fulminante cáncer de hígado, después de casi 30 años de matrimonio. Juntos
tuvieron 18 hijos, y juntos sufrieron la muerte de tres de ellos. Han ido por
el mundo hablando bien del matrimonio y de la familia, y su libro “¿Cómo ser
feliz con 1, 2, 3… hijos?” (Palabra, 2014) ha ayudado a muchas familias a vivir
con alegría su vida cotidiana.
Entrevista
elaborada por Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fotografías: Álvaro
García
Revista
Misión
Fuente:
Aleteia