¿Cuál es la mayor
felicidad?
Sé que aquí apuro las delicias de una
vida efímera. Y sé
que siembro semillas de vida eterna con mis manos torpes. Lo sé por mis obras,
por mis palabras, por mis gestos, que me hablan de un amor más pleno, infinito.
Reflejan una realidad que sueño. Porque sé que mi amor puede ser reflejo de un
amor eterno.
Decía el Padre Kentenich: “¿Qué
constituye la mayor felicidad del hombre, en la gran mayoría de los casos, ya
aquí en la tierra? Es el habitar en el corazón del otro espiritualmente: yo en
ti, tú en mí y los dos unidos en el otro. Quien aquí en la tierra realmente amó
de corazón, de un modo puro e ideal, puede vislumbrar lo que significa: debemos
estar introducidos en el seno de la Santísima Trinidad”.
Sé que el amor
humano me lleva al amor de Dios. Mi capacidad de amar y ser
amado le da sentido a mi vida. Mi capacidad de cobijar y ser cobijado. Dios me
ata a Él con lazos humanos. ¡Qué difícil tocar su rostro cuando me faltan los
vínculos humanos hondos y verdaderos! ¡Y qué fácil verle en el amor más
sincero!







