Un daño causado involuntariamente puede ser el resultado de una negligencia o desobediencia que es totalmente deliberada
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By KayaMe | Shutterstock |
Los
niños a menudo se esconden detrás de esta pequeña frase para justificar sus
torpezas o negligencias. Sin embargo, “no lo hice a propósito” no debería ser
una excusa absolutoria. Los niños deben aprender a ser responsables de sus
acciones incluso cuando no tienen la culpa
Causar daños sin querer no
es en absoluto lo mismo que causarlo intencionalmente. Los daños en cuestión
son la desafortunada consecuencia de una acción dictada por la voluntad de
hacerlo bien. Es el plato que se rompe al poner la mesa, la escoba que
desafortunadamente engancha un grabado cuyo marco se rompe, o la carrocería del
coche rayada por un lavador aprendiz sin experiencia.
Si nos enfadamos con el
autor de estos pequeños desastres domésticos, él siente nuestros reproches como
profundamente injustos: “¡No lo hice a propósito! ¡Quería ayudarte!”
¿Una buena excusa?
Efectivamente, debemos
mantener en secreto nuestro pesar por lo que se ha dañado o destruido,
tranquilizar al niño y felicitarlo por el servicio que ha prestado, en lugar de
centrarnos en su torpeza. Ayudándole a arreglar todo lo posible, decirle: “No
lo hiciste a propósito, pero lo hiciste de todas formas”.
No obstante, “no lo
hice a propósito” no siempre es una buena excusa. Un daño causado involuntariamente puede ser
el resultado de una negligencia o desobediencia que es totalmente deliberada. Si nuestro lavador de
coches se niega a seguir las instrucciones de su padre y hace lo que le da la
gana, se le puede culpar legítimamente por dañar la carrocería. Ocurre lo mismo
en el caso de que los platos se rompan debido a los gestos bruscos de un niño
furioso por tener que poner la mesa. Imposible entonces buscar una
justificación, ¡aunque no se hayan querido las consecuencias! “No lo
hiciste a propósito, pero tendrías que haber hecho el propósito de no hacerlo”.
Las consecuencias de la
dejadez y de la indisciplina
Este sentido de la
responsabilidad se aprende muy pronto: obligar al niño a asumir las
consecuencias de sus actos significa tomarlo en serio y hacerle un favor.
Especialmente porque la simple negligencia puede causar un gran daño.
La dejadez y la indisciplina
a veces tienen consecuencias dramáticas. Uno de los ejemplos comunes y más
trágicos es el de los accidentes de tráfico: ¡los conductores no quieren matar
y, sin embargo, matan! Al principio, solo es la luz roja de un semáforo no
respetada, una copa de más, o una ciudad cruzada a gran velocidad porque vamos
retrasados y, al final, son vidas rotas. En los escándalos franceses de la
sangre contaminada o de las hormonas de crecimiento infectadas, nadie quería la
muerte de pacientes con transfusiones o de los adolescentes que querían crecer;
sin embargo, hay centenares de víctimas, cuya muerte o discapacidad no se debe
a la casualidad. Esto puede expresarse de muchas maneras: ¿cuánta gente pobre
muere por el descuido de los ricos, cuántos pequeños son aplastados
involuntariamente por los poderosos?
En el día del Juicio Final,
¿podemos decir: “No lo hice a propósito”, frente a los que sufrieron hambre,
soledad, enfermedad, rechazo, sin que nosotros los ayudáramos? “¡Señor, te
amamos! No lo hicimos a propósito el dejar que esos hombres murieran de
desesperación. No los vimos, no tuvimos tiempo, no pensamos en ello.”
Leamos de nuevo la parábola
de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13). Las jovencitas necias no dejaron que sus
lámparas se apagaran intencionalmente, sin embargo, cuando llegó el marido, no
estaban preparadas y fueron excluidas de la celebración. La falta de vigilancia
fue fatal para ellas. O la parábola de la casa edificada sobre roca (Mateo
7:24-27): el que construyó su casa sobre arena obviamente no quería que se
derrumbara. Sin embargo, eso es lo que ocurrió, porque no se había molestado en
basarlo en la roca.
Confiemos nuestra
fragilidad a su Misericordia
Jesús nos pide que “hagamos
a propósito” la voluntad del Padre (Mateo 7:21-22). Él quería que fuéramos
libres y responsables para que pudiéramos arremangarnos y poner en práctica su
Palabra. Cuidado con los “servidores inútiles” que no tienen el valor de hacer
fructificar sus talentos (Mateo 25:30), así como con los cobardes que no saben
cómo escapar de las posibilidades de una caída (Marcos 9:43-48). Aunque no
buscan intencionalmente el pecado, el Señor les trata muy estrictamente.
En cambio, si seguimos los
pasos de Jesús, obedeciendo como él a lo que pide su Padre, si confiamos
nuestra fragilidad a su misericordia, realizaremos “sin hacerlo a propósito”
maravillas que nos superan.
Christine
Ponsard
Fuente:
Aleteia