Lo de hoy es amar al prójimo, a las cosas y a nosotros mismos, pero se nos olvida que primero hay que amar a Dios
![]() |
Ksenia Kirillovykh | Shutterstock |
Los
seres humanos somos proclives a simplificar todo. A veces lo simplificamos con
vistas a reducir lo que sobra y otras veces, simplificamos para acallar nuestra
propia conciencia. Solemos utilizar varias técnicas eficaces, como determinar
“lo mejor” y olvidarnos de los demás; o unificar lo diferente para solo
preocuparnos de una cosa.
Este es el caso de quienes deciden que, siendo solidarios con los
necesitados, están cumpliendo con el mandato evangélico de amar a Dios sobre
todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. A esta simplificación se une la
tendencia a preocuparnos únicamente por los necesitados que nos caen
simpáticos, dejando a los demás de lado. ¿Esto es realmente amar a Dios? Veamos
lo que nos dice San Agustín:
Amamos
a Dios con el mismo amor con el que amamos al prójimo. Más, como una cosa es
Dios y otra el prójimo, aunque sean amados con un mismo amor, no por eso es una
misma cosa lo amado. San Agustín (Sermón 265,9).